domingo, 28 de abril de 2013

Las canciones secretas del ferrocarril subterráneo


Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home,
Swing low, sweet chariot,
Coming for to carry me home

[Balancéate lentamente, dulce carromato
Ven para llevarme a casa]

El viaje comenzaba de noche, cuando todo el mundo dormía. Sigilosamente. Cuidadosamente. No podían correr el riesgo de ser descubiertos. Justo el día antes habían escuchado estos versos cantados. "Swing low, sweet chariot, coming for to carry me home". Resonaban en su cabeza durante la huida como una cantinela de salvación. El carromato ya estaba listo para llevarles de vuelta a casa.  No tenían mapas, ni brújulas, tan solo se guiaban mirando al cielo, por la luz de la estrella polar o por los cauces de los grandes ríos. Caminaban a pie siempre rumbo hacia el norte. Cruzaban aguas, laderas, bosques... Pasaban el día ocultos en pantanos o cuevas. Si alguien les veía, serían capturados. El sueño se habría acabado y la única salida sería la propia muerte. Escapaban de una existencia aberrante, mísera, humillante, continuamente sometidos...

Pero también tenían que dejar atrás algo mucho más doloroso: su familia. Sus hijos o sus padres. Algo que muchos de ellos jamás recuperarían y les marcaría de por vida. Ese desarraigo sería la base de su conciencia como pueblo y de todas las manifestaciones artísticas que vendrían después.. El trayecto era duro, muy duro. Algunos no lo superaban. Otros se encomedaban a Dios. Rezaban día y noche. El temor a una captura les atormentaba. Aún así sabían que al otro lado encontrarían la tierra prometida, el paraíso con el que habían soñado durante tanto tiempo. Al final del camino conseguirían la libertad. Además contaban con una pequeña ayuda. Los hombres y mujeres afroamericanos que huyeron de la esclavitud sabían que en mitad del camino, cuando ya estuvieran a punto de desfallecer exhaustos, hallarían un refugio inesperado que les daría cobijo, descanso y aliento para seguir adelante: las estaciones del ferrocarril subterráneo.

domingo, 14 de abril de 2013

Una fantasía de amor criollo



  
"Nueva York es el sueño de una canción, la sensación de estar vivos y alerta, una ráfaga y un flujo de vitalidad que late como el gigantesco corazón de la humanidad entera"

Sentía predilección por los pasajes meditabundos. Sonoramente pausados, expresivamente ambivalentes. Era la faceta de su personalidad musical más reflexiva. Una serie de poemas orquestales que reflejaban estados de ánimo de nostalgia. "Me siento sentimental". Parece que decía con esa combinación de acordes ascendentes y cambios de ritmo. Quería que los elementos de la orquesta suspirasen como hacía su corazón. Pero no fue fácil llegar hasta allí. Encontrar ese sonido era resultado de toda una serie de experimentaciones y hallazgos, así como de una extraordinaria capacidad para saber rodearse de los mejores músicos. Conocía sus fuerzas y debilidades. Una intuición fuera de lo común y una apabullante creatividad pusieron el resto. Consiguió reunir una banda insuperable como conjunto, muy por encima de las agrupaciones de su época.

La primera incursión de Duke Ellington en Nueva York fue un desastre, como ya dijimos en la anterior entrada dedicada a él. Pero alguien de su obstinación no se iba a dar tan fácilmente por vencido. En 1923 abandonó Washington definitivamente. Durante esa inicial aventura en la Gran Manzana había conocido a algunos músicos que se estaban moviendo por teatros. Uno de ellos fue Fats Waller que actuaba en un espectáculo de variedades en el  teatro Gaiety. Waller estaba cansado y decidió dejarlo. Llamó a Duke por si estaba interesado en reemplazarle.