Venga, nena, vuelve. Vuelve conmigo. No me digas que no quieres
ir. Ven. Ven conmigo. Vuelve de California y vayámonos a Chicago.
Puede que Robert Johnson no pisara Chicago en su vida, o
puede que sí. ¿Quién sabe? Giran tantos mitos en torno a su leyenda que
cualquier opción parece posible. Lo que está claro es que su famoso Sweet Home Chicago más que una oda urbana, es una suplica a una
mujer, a la que trata de convencer para que se vaya con él a la Tierra Prometida. Ese dulce hogar del que habla la canción estaba,
cómo no, en Chicago.
Y es que en los años 20 del pasado siglo, cuando se compuso
el tema, Chicago era lo más parecido al paraíso, un lugar de peregrinaje, final
de trayecto, gran nudo ferroviario y de comunicaciones. Allí todo estaba por
hacer: oportunidades laborales, esperanzas infinitas, empezar de cero. Los
incipientes rascacielos de su imponente arquitectura simbolizaban los anhelos
de miles de personas. Los negros que huyeron del sur de Estados Unidos en busca
de una vida mejor vieron en Chicago esa especie de Tierra Prometida. Lo único
que el sueño pronto se convertiría en pesadilla. La ciudad les recibió
confinándoles a enormes guetos de infraviviendas donde se hacinaban como
sardinas y apenas gozaban de unas condiciones básicas de salubridad.
Desigualdad, pobreza, explotación o racismo son tan solo algunos de los daños
colaterales de ese gran sueño americano.
Disturbios raciales en Chicago, años 30 |
Los negros sufrieron, una vez más, los envites de un país
gobernado y pensado para blancos. Sin embargo, lograron sobreponerse
—entiéndase la metáfora—, al igual que sobrevivieron los esclavos traídos de
África en contra de su voluntad, o los aparceros que trabajaron de sol a sol en
los inmensos campos de algodón de Misisipi. Los emigrantes que fueron llegando
en distintas oleadas a Chicago sobrevivieron como solo el pueblo afroamericano
sabía hacer, gracias a su música. Pero en este contexto la música, más que un
arte contemplativa, era sobre todo una cuestión de necesidad, de instinto de
supervivencia.
Los rudos y primitivos sonidos del blues rural se
electrificaron, el hot jazz vibrante, alborotado y sin depurar de Nueva Orleans
se dulcificó, partiturizó, se
orquestó y —lo más esencial— se registró en una serie de sesiones que han
pasado a la leyenda del género (véase las históricas grabaciones de los Hot
Seven de Louis Armstrong). Los cantos de las iglesias negras se fundieron
con el blues para dar forma al rhythm’n’blues, un ritmo más bailable y festivo.
En algún lugar indeterminado, camino de Chicago, el country de los colonos
blancos de ascendencia europea se topó con el blues de los negros de las
plantaciones y dio lugar –mágica mezcla– al rock’n’roll. Ya lo dijo Muddy Waters; “el blues tuvo un hijo y lo
llamaron rock and roll”. Chicago, aún sin ser plenamente consciente de ello,
aglutinó todos esos estilos, les dio forma o sirvió como testigo de su
nacimiento y posterior evolución.
El South Side de Chicago en los años 40. Foto: Russell Lee |
Pero además, en Chicago no solo estaba la industria pesada (siderurgias,
metalurgias o mataderos), una potente industria del entretenimiento se forjó
casi al mismo tiempo, en muchos casos auspiciada por la mafia (la principal
industria de la ciudad). Teatros, cabarets, salas de baile, emisoras de radio y
por supuesto las discográficas que se diseminaron por toda la geografía. Brunswick, OKeh o Paramount
desplegaron sus estudios itinerantes donde grabaron a todos esos músicos
sureños que se habían apoderado ahora del sonido de la ciudad. Chicago, junto
con Nueva York, se erigió como el principal centro de atracción de la industria
discográfica. Los race
records fueron la respuesta de esa industria a una creciente
audiencia, negra fundamentalmente, que demandaba evasión y pasatiempo al salir
de las fábricas.
Entrada de Chess Records en Michigan Avenue |
No obstante, el gran foco del soul de los Estados Unidos
estaba al otro lado del Lago Michigan, en Detroit. Motown, el sonido de la joven
América, mostraba su artillería: The Supremes, Marvin Gaye, The
Temptations, Martha & The Vandellas... Cada lanzamiento discográfico iba
directo al número uno. Berry Gordy,
fundador de Motown, concebía las canciones como una cadena de montaje donde
había que cuidar cada detalle al máximo: desde la composición y la
interpretación hasta la coreografía y puesta en escena. Nadie pudo rivalizar
con Motown, que aplicaba un estricto control de calidad a todos los engranajes
de su cadena para fabricar un éxito tras otro. La única que pudo hacerle frente
(con permiso de Stax),
y en algún caso ganarle la batalla, fue Chess
Records en Chicago.
A diferencia del marcado contenido rítmico de los discos de Motown, en Chicago optaron por un sonido mucho más relajado, con arreglos de viento de inspiración más jazz y predominio de las guitarras. Motown quería conquistar a los adolescentes americanos, Chicago se conformaba con un público mayor y más sofisticado. Tal vez, el único caso en el que se intentaron parecer a sus vecinos de Detroit fue con Fontella Bass, quien en 1965 grabó para Chess Records, Rescue Me, surgida en un ensayo improvisado en el estudio y que otorgó a la compañía —y al soul de Chicago— uno de sus mayores éxitos de ventas.
Leonard y Phil Chess eran dos emigrantes judíos que habían
llegado a Chicago en 1928 procedentes de Polonia. En 1950 en un almacén del
2120 de South Michigan Avenue fundaron la imprescindible Chess Records. Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Walter,
Willie Dixon… lo más nutrido del blues de Chicago
pasó por Chess. Hasta un díscolo Chuck Berry hizo sus pinitos en el
estudio de los hermanos Chess. A principios de los 60, cinco adolescentes
melenudos ingleses, en busca de sus raíces, también grabaron en Chess. Rendían
pleitesía al maestro Waters hasta tal punto que tomaron su nombre de una
canción suya. En efecto, eran los Rolling Stones.
Phil Chess, Etta James y el productor Ralph Bass |
En 1967 grabó para Chess en los estudios sureños de Muscle Shoals el disco cumbre de su carrera Tell Mama, donde se incluye la desgarradora I’d rather go blind. Poco después el corazón de Leonard Chess se paró para siempre por un infarto. Comenzaba el declive de Chess y en cierto modo del soul de Chicago. Nada volvería a ser igual. Dicen que las ciudades son como organismos vivos, pero ciegas e insensibles. Si tuvieran alma, la de Chicago, sin duda, sería negra, como el soul.
[[Texto publicado el número 2 de la revista digital Nevermind que se puede adquirir aquí]]
Estuve en Chicago hace dos veranos y busqué Chess Records. No fue difícil de encontrar (los Stones hicieron una canción con su dirección). Es una pequeña casa de planta baja, hacia el sur de la ciudad, con un escaparate con segunda puerta (como ilustra vuestra foto). ¡Cuesta imaginar lo que se llegó a cocer ahí dentro!
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