Las grandes historias, en general, ocultan tras de sí un sinfín de pequeñas e irrelevantes intrahistorias que, en la mayoría de los casos, pasan desapercibidas pero sin las cuales esa historia en mayúsculas -esta en concreto, solemne y grandilocuente donde las haya- no tendría sentido. En esta ocasión damos un importante salto estilístico y temporal en LA MÚSICA ES MI AMANTE para introducir brevemente la intrahistoria de un personaje, que no por secundario resulta menos atractivo y revelador.
A finales de los años 50, Geoffrey era como cualquier adolescente inglés de su edad. Antes de que su vida cambiara para siempre, su mayor preocupación era asistir a la escuela y buscarse un trabajo para poder pagar sus caprichos. Bueno, como cualquiera no: a Geoffrey le gustaba la música clásica, los discos de vinilo antiguos y escuchar la radio por la noche. Era el hijo único de un carnicero y una ama de casa con aspiraciones de modista, que llegó a tejer vestidos para la familia real británica. Vivía en el norte de Londres, en el barrio del Crouch End, en un modesta pero feliz casa de clase media, de estilo eduardiano, que pertenecía a su abuela. En los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial su padre se las vio y se las deseó para sacar adelante a la familia a fuerza de trabajo y cartillas de racionamiento.