miércoles, 20 de junio de 2012

When the saints go marchin' in...


"En Nueva Orleans, las bandas de metales tuvieron una influencia decisiva en el jazz. Le dieron su instrumentación, su técnica y su repertorio básico. Su influencia en el primer jazz estaba omnipresente. Para entender el jazz debemos primero adentrarnos en las raíces que nos llevan a la tradición de esas bandas de metales en el siglo XIX". William J. Schaffer. Brass Band and New Orleans jazz.

Rendir homenaje a los muertos es algo propio de todas las sociedades. En la cultura occidental supone un momento de recogimiento, de dolor, de pérdida o de luto. En Nueva Orleans era una fiesta. Posiblemente tenga que ver con la costumbre africana del culto a los antepasados, ya que, a diferencia de otros lugares de Estados Unidos, esa cultura africana logró sobrevivir e integrarse en la ciudad. El entierro de un negro suponía todo un acontecimiento social que podía prolongarse durante varios días y donde había comida, bebida, danzas y como no, música. Concretamente la música de las brass bands.

La moda de las bandas de metales (brass bands)  llegó a Estados Unidos de la mano de los colonos ingleses. Cada pueblo tenía su propia banda para amenizar espectáculos circenses, carnavales, medicine shows, picnics, bailes o reuniones sociales. El instrumento estrella era la corneta. Pero también encontramos bandas de influencias barrocas que tocaban los metales al estilo de las iglesias, sobre todo asociados con la Hermandad de Moravia, de larga tradición en el país. En este caso el instrumento principal era el bugle. Por otro lado, estaban las bandas militares que no solo interpretaban marchas sino también lo mejor del repertorio clásico europeo como mazurcas, polkas, valses o cuadrillas.

En el estado de Lousiana, sin embargo, la influencia británica apenas se dejó ver. Allí predominaba la cultura francesa que determinó la europeización de los esclavos y dio lugar a la clase criolla, de la que tanto hemos hablado. El interés por las brass bands comenzó con el inicio del dominio francés, a partir de 1718, aunque tuvo su apogeo en los albores del siglo XIX, bajo el Imperio napoleónico, donde la popularidad de  los desfiles militares traspasaba las fronteras de Francia y llegaba hasta las colonias. Estos desfiles iban siempre precedidos de bandas de metales.

martes, 5 de junio de 2012

El turbulento y huidizo predicador del blues


"Calificar sus interpretaciones de 'canciones' es una licencia poética. Son recitativos melismáticos, inquietantes y evocadores, impulsados por su nerviosa guitarra, que emplea sólo el material melódico y armónico más sencillo [...] Quienes quieran descubrir las raíces del blues en la épica de los griots africanos pueden defender sus tesis apoyándose en interpretaciones como éstas". 'Blues, la música del Delta de Mississippi'. Ted Gioia.

Cada cierto tiempo se hace necesario volver al blues; como se vuelve al primer amor. Para comprenderlo, para admirarlo, para respetarlo, para desenterrarlo, para descifrarlo, incluso para degustarlo, pero también para temerlo. Porque el blues no es apto para corazones limpios. La música de aquellos que vendieron su alma al diablo, de aquellos espíritus errantes que claman perdón, de aquellos bebedores impíos que buscan refugio en una guitarra, hace descender a los infiernos tan rápido como da la fama. Aunque el blues también pertenece a los que se encomiendan a Dios. No hay que olvidar la influencia de los espirituales negros. Pero no admite términos medios. O se le venera o se le odia. Y en esta ambivalencia tenemos a Son House, que podría ser la reencarnación de Jesús, si éste hubiera de venir de nuevo al mundo. O quién sabe, quizá la del diablo... Tal vez la de ambos.

Para Son House el blues era una música del diablo. De pequeño, sólo el mero hecho de coger una guitarra le parecía pecado. Nunca tuvo el más mínimo interés en dedicarse a la música. Trabajó recogiendo algodón, como operario de tractor, como chef de cocina, cargando maletas, como obrero, como ganadero... Múltiples ocupaciones en las que siempre usaba sus manos, pero nunca para acariciar un instrumento. De hecho, su técnica era bastante rudimentaria. Sus grandes palmas parecían golpear la guitarra con violencia, aporreándola en un estado de extásis, sometiéndola a su feroz voluntad mientras deslizaba con determinación el bottleneck a lo largo del mástil. Un simple acorde la bastaba para toda la canción. No necesitaba más.

Con la voz parecía estar recitando un salmo del Antiguo Testamento, un inquietante sermón que no dejaba indiferente a nadie. Escuchar la autobiográfica 'Preachin' the blues', uno de sus temas más famosos, no deja de ser una experiencia pertubadora, donde asemeja el blues con una homilía. Aquí se debate entre lo sagrado y lo profano. Él mismo solía pedir al público que eligieran entre Dios o el Demonio, porque ambos eran incompatibles para llevar una vida plena. Sin embargo a veces, su actitud contradictoria, hacía que se transfomara en un predicador que denunciaba las perversiones del blues. En otras ocasiones, sin embargo, se convertía en un bluesmen que ridiculizaba a la Iglesia.