Cuando soplaba el viento, algo bastante habitual, los habitantes de Juazeiro literalmente masticaban polvo. Todas las casas estaban construidas de ladrillo y apenas había calles pavimentadas. Por mucho que las mojasen para refrescarse, el calor era insoportable. Y eso que el caudaloso río Sâo Francisco bañaba la ciudad. Aunque también se inundaba a menudo y convertía Juazeiro en un arenal. En estas condiciones no abundaba la vegetación. Los cactus sudaban para crecer. Uno de los pocos sitios arbolados estaba en la plaza.
La plaza de Matriz de Juazeiro tomaba su nombre de la iglesia matriz de Nossa Senhora das Grotas, aunque los chiquillos, bromistas ellos, la habían rebautizado con el mote de 'Sinfonía inacabada'. Parece ser que el santuario llevaba toda la vida en obras. El esqueleto de vigas y andamios formaba ya parte de su fachada. Los más viejos del lugar siempre la habían visto de esa manera. El anciano párroco hacía lo que podía con las colectas, pero aún así, tampoco veía culminado su sueño de restaurarla por completo. Y eso que feligreses fieles nunca faltaban.
Uno de los máximos benefactores de las obras de Nossa Senhora era Don Juveniano de Oliveira. Su profundo catolicismo, según cuentan, se debe a que con la única preparación de estudios primarios se había convertido en uno de los comerciantes más prósperos de la ciudad. "La gracia divina", decían. Primero montó una tienda de tejidos, luego se metió en el comercio de los cereales, más tarde se convirtió en propietario de barcas para cruzar el río. De hecho, llegó a poseer su propio islote. A pesar de ese escasa preparación, le gustaba darse aires entre sus conciudadanos. Hablaba de forma pedante y caminaba con porte aristocrático.
Nadie sabe cómo Don Juveniano, viudo de su primer matrimonio, consiguió cautivar a la bella y fina doña Patu para casarse con ella. Doña Patu era una señorita altiva que provenía de una familia influyente de Salvador. Tras el matrimonio se trasladaron a la plaza de la Matriz, donde vivían los ricos, a una casa baja, enorme y repleta de muebles viejos. Allí nacieron todos sus hijos: Dadainha, Vavá, Joâozinho, Vivinha y el benjamín Jovininho. Por si esta prole no bastara, se unió Walter, hijo del anterior matrimonio de Don Juveniano.
Nadie sabe cómo Don Juveniano, viudo de su primer matrimonio, consiguió cautivar a la bella y fina doña Patu para casarse con ella. Doña Patu era una señorita altiva que provenía de una familia influyente de Salvador. Tras el matrimonio se trasladaron a la plaza de la Matriz, donde vivían los ricos, a una casa baja, enorme y repleta de muebles viejos. Allí nacieron todos sus hijos: Dadainha, Vavá, Joâozinho, Vivinha y el benjamín Jovininho. Por si esta prole no bastara, se unió Walter, hijo del anterior matrimonio de Don Juveniano.