Venga, nena, vuelve. Vuelve conmigo. No me digas que no quieres
ir. Ven. Ven conmigo. Vuelve de California y vayámonos a Chicago.
Puede que Robert Johnson no pisara Chicago en su vida, o
puede que sí. ¿Quién sabe? Giran tantos mitos en torno a su leyenda que
cualquier opción parece posible. Lo que está claro es que su famoso Sweet Home Chicago más que una oda urbana, es una suplica a una
mujer, a la que trata de convencer para que se vaya con él a la Tierra Prometida. Ese dulce hogar del que habla la canción estaba,
cómo no, en Chicago.
Y es que en los años 20 del pasado siglo, cuando se compuso
el tema, Chicago era lo más parecido al paraíso, un lugar de peregrinaje, final
de trayecto, gran nudo ferroviario y de comunicaciones. Allí todo estaba por
hacer: oportunidades laborales, esperanzas infinitas, empezar de cero. Los
incipientes rascacielos de su imponente arquitectura simbolizaban los anhelos
de miles de personas. Los negros que huyeron del sur de Estados Unidos en busca
de una vida mejor vieron en Chicago esa especie de Tierra Prometida. Lo único
que el sueño pronto se convertiría en pesadilla. La ciudad les recibió
confinándoles a enormes guetos de infraviviendas donde se hacinaban como
sardinas y apenas gozaban de unas condiciones básicas de salubridad.
Desigualdad, pobreza, explotación o racismo son tan solo algunos de los daños
colaterales de ese gran sueño americano.
Disturbios raciales en Chicago, años 30 |