Un paseo emocional
por algunos lugares de Madrid para aprender, debatir y entender sobre música: las tiendas de
discos. Extemporáneas, desfasadas, museos vivientes de una forma particular de
aproximarse a la experiencia sonora: el formato físico.
El inconfundible olor a acetato, esas superficies de
plástico manoseadas por miles de dedos anónimos, el polvo acumulado en los
estantes, los pósteres que evocan ídolos ancestrales, bagatelas mitómanas que
ornamentan las paredes, la ambientación musical por encima de los decibelios
permitidos por ley... Todo amontonado (a veces apiñado) en pequeños espacios,
no aptos para consumidores metódicos y excesivamente organizados. Por
(des)orden alfabético, por género, época, nacionales o internacionales. Aquí se
premia la paciencia, la reflexión, la búsqueda incansable, aunque a veces
también la impulsividad y la intuición. En tiempos vertiginosos, en constante
cambio, de tiranía de lo digital, de lo intangible y del almacenamiento en
ceros y unos, del comercio electrónico, de las transacciones online, de la nube que no deja ver el sol, de relaciones personales en redes sociales… todavía quedan reductos
contracorriente, batalladores, románticos, quizá anacrónicos, donde uno puede
adquirir unos extravagantes objetos físicos.
Remansos de paz e ilusión que han vivido épocas mejores,
beligerantes con el devenir de los tiempos, se resisten a desaparecer. Para
algunos, los más jóvenes del lugar, no son más que unos polímeros con forma de
circunferencia repletos de surcos o unos policarbonatos de plástico insuflados
por un láser. Para otros, son el motivo último de la felicidad. No se trata del
continente, sino del contenido. Cientos de historias se encierran entre sus
límites circulares: la primera vez, los primeros besos, los primeros
desengaños… pero también los últimos. Cada uno tiene la propia banda sonora de
su vida.
Y esos ecos envueltos en ondas imperceptibles nos han llegado a través de los discos que comprábamos en unos lugares llamados tiendas de discos. Cuando todavía se pagaba (masivamente) por ellos. Da igual el formato o la forma, lo importante es lo formidable, por ejemplo, de un ritual cada vez menos habitual: sacar el vinilo de su funda, agitarlo levemente, acariciarlo con un paño especial para librarlo de posibles motas de polvo antes de depositarlo con suavidad sobre el plato del gramófono, levantar expectantes la aguja y llevarla hasta el punto exacto donde todo adquiere una nueva dimensión. Y accionar la palanca. Suspirar ante los primeros acordes. Estremecerse. Es como el origen mismo del universo, un Big Bang de sensaciones indescifrables que nos hacen levitar, alegrarnos cuando estamos eufóricos, deprimirnos cuando estamos tristes o transportarnos siempre lejos, muy lejos…
Y esos ecos envueltos en ondas imperceptibles nos han llegado a través de los discos que comprábamos en unos lugares llamados tiendas de discos. Cuando todavía se pagaba (masivamente) por ellos. Da igual el formato o la forma, lo importante es lo formidable, por ejemplo, de un ritual cada vez menos habitual: sacar el vinilo de su funda, agitarlo levemente, acariciarlo con un paño especial para librarlo de posibles motas de polvo antes de depositarlo con suavidad sobre el plato del gramófono, levantar expectantes la aguja y llevarla hasta el punto exacto donde todo adquiere una nueva dimensión. Y accionar la palanca. Suspirar ante los primeros acordes. Estremecerse. Es como el origen mismo del universo, un Big Bang de sensaciones indescifrables que nos hacen levitar, alegrarnos cuando estamos eufóricos, deprimirnos cuando estamos tristes o transportarnos siempre lejos, muy lejos…