Ojalá todo hubiera sido un sueño. Una mágica ensoñación como una bruma fina y dispersa que lo envolvió repentinamente para llevárselo antes de lo previsto. Entre lo trágico y lo divino, entre lo mísero y lo romántico, entre lo culto y lo popular, entre la tradición clásica europea y la raíz afroamericana. De alma frágil, corazón débil y semblante pálido, casi moribundo. Bix encierra todas las tragedias del jazz al mismo tiempo.
El chico introspectivo, tímido e inseguro que encontró refugio en la música, pero que se dejó seducir peligrosamente por el alcohol. Tocó el cielo con la misma velocidad que bajó a los infiernos. Para él, el jazz representaba una finalidad última, no un mero entretenimiento. Quizá fue el único que pudo hacer frente en vida al gran genio, a Louis Armstrong. Dotado de una capacidad musical asombrosa, ha pasado a la historia como el primer gran músico blanco del jazz.
Alejado de los grandes centros del jazz como Nueva Orleans, Chicago o Nueva York, Leon Bismarck Beiderbecke nació un 10 de marzo de 1903 en Davenport, en el estado de Iowa, en el seno de una familia presbiteriana practicante de origen alemán. A la prematura edad de tres años empezó a mostrar un talento inusual para la música por lo que sus padres le apuntaron a clases de piano con la intención de que, en un futuro, se convirtiera en un refinado concertista. A los siete años el periódico local Davenport Chronicle hablaba de un niño capaz de tocar al piano cualquier pieza que escuchaba. Pero esa precocidad inaudita tuvo una contraprestación. Bix nunca mostró la disciplina necesaria para aprender a leer música, algo que le pasó factura el resto de su vida y que marcó su carrera musical posterior.
Cuando uno pasea por Michigan Avenue una fría tarde de invierno siente el gélido viento procedente del Lago Michigan golpear su rostro. A duras penas consigue avanzar unos pasos. Aunque el cielo amenaza nieve, mira hacia arriba y posiblemente aprecie los rascacielos mas impresionantes jamás construidos en el mundo. Las mejores vistas de la ciudad desde el Hancock Center; la torre más alta de Estados Unidos, Sears Tower; las 'torres gemelas' Marina Towers, el edificio del Chicago Tribune... Todos lucen majestuosos. Continua un poco más para cruzar al otro lado del río Chicago. El Loop, también distrito financiero, aguarda entre neones. Cabarets, salones de baile, salas de fiestas y, como no, teatros. Gira por Lake Street hasta el cruce con State. Allí la silueta del iconográfico Chicago Theater, se envuelve bajo la densa tormenta de nieve en esa desapacible tarde de invierno. No muy lejos de ese lugar se encuentra, Maxwell Street, la calle del blues, donde los afroamericanos que llegaban del sur se ponían a tocar. A unas millas de distancia el 'barrio sur', uno de los mayores ghettos negros de Estados Unidos. Bienvenidos a Chicago...
Si a principios de siglo XX, Nueva Orleans era un hervidero musical en ebullición, durante los locos años 20, ese honor le corresponde a 'la ciudad del viento'. Allí se gestó la música más hot del planeta. Por tanto, descubrir Chicago es adentrarse en la propia historia del jazz (también del blues). Como insinúa Leroi Jones en 'Blues People' la ciudad era algo así como "la capital musical de Norteamérica". Había inmigrantes negros, blancos, cantantes de blues rural, estilistas clásicos, músicos de 'fiestas del alquiler', músicos de Nueva Orleans, músicos jóvenes negros y músicos jóvenes blancos. Y todos escuchaban y reaccionaban ante ese choque de culturas.
En la mitología del jazz suele situarse a Chicago como punto final de los recorridos fluviales que, río Mississippi arriba, partían de Nueva Orleans. La imagen no puede ser más poética: barcos de turistas con músicos de jazz amenizando la velada de fondo. Sólo hay un pequeño problema. El río Mississippi discurre bastante lejos de Chicago. Todos los negros que llegaron a la ciudad procedentes del sur lo hiceron por ferrocarril. Como ya dijimos en 'La Gran Migración Musical' casi toda la música de Nueva Orleans se grabó en Chicago. Pero además se da una doble paradoja porque muchos de los sonidos asociados al jazz de Chicago evolucionaron en Nueva York.
Más allá de blancos o negros, de ricos o pobres, de hombres o mujeres, del campo o la ciudad, de estados norteños abolicionistas o estados sureños esclavistas... desde su nacimiento, el jazz aunó todas las pretensiones, anhelos y esperanzas de la sociedad norteamericana de la época. Sin duda, es la música que define los Estados Unidos de América: su idiosincrasia, su personalidad, su propia historia donde la tradición europea, latina y africana se funden. Como se puede apreciar en la magnífica introducción del mega documental 'Jazz' dirigido por Ken Burns (recomendable en su totalidad, aunque estos primeros minutos son realmente de ensueño), el jazz aglutina a todos los norteamericanos y saca lo mejor de ellos. No hay fronteras, ni barreras; no hay segregación, ni separación de clases. Cuando un grupo de músicos -da igual su procedencia o el color de su piel- se reunen para tocar, todos hablan el mismo idioma: el idioma universal de la música jazz.
Ya dijimos en anteriores entradas, que el jazz tiene su origen en los burdeles del distrito francés de Nueva Orleans. Y fue allí donde los primeros músicos negros empezaron a interpretarlo. Aunque a diferencia del blues, el componente racial afroamericano en el lenguaje del jazz se diluye entre la mezcolanza de influencias de toda índole. Sin embargo, siempre se ha dicho que el jazz es un estilo negro. Una música que por herencia, instinto o genética sólo es 'auténtica' si es interpretada por músicos de color. Existen multitud de controversias relacionadas con el tema, complejo y polémico desde luego. La mayoría tiene que ver con cuestiones más sociales o históricas que meramente musicales, aunque de todo hay.
En el libro 'White Musicians and their contribution to Jazz' se hace una revisión crítica, documentada y exhaustiva, sobre las aportaciones de los músicos blancos al desarrollo del jazz. Y se observa que esos músicos blancos no solo copiaron y se aprovecharon de las formas musicales negras, sino que también existe un alto componente de innovación, creación y riesgo en sus interpretaciones. Pioneros como el trompetista Bix Beiderbrecke, el trombonista y director de orquesta Jack Teagarden o el saxofonista Frank Tumbauer se erigen como influencias decisivas en muchos músicos de jazz, tanto blancos como negros, y son continuamente reivindicados como auténticos impulsores del incipiente estilo. En la era del swing serán Benny Goodman o Glenn Miller los que brillen por encima de sus contemporáneos.
Aún así, nadie duda de que el factor negro resultó determinante en la primera música jazz, tanto en su sonoridad como en su carácter. Ya hemos hablado aquí de Buddy Bolden o Jelly Roll Morton. No podemos olvidar a gente como Sidney Bechet, Joe 'King' Oliver o Louis Armstrong, figuras claves en el nacimiento y la evolución de la música jazz. Curiosamente, uno menos conocido, el cornetista criollo Freddie Keppard, pudo escribir su nombre en los anales de la historia y ser recordado para siempre como el primer músico en inmortalizar el jazz. En diciembre de 1915 la Victor Talking Machine Company se ofreció para grabarle a él y a su banda la Original Creole Orchesta. Era la gran ocasión de registrar la música que comenzaba a adueñarse de América. Pero sus dudas y, sobre todo, el miedo a que sus competidores copiaran su particular estilo de tocar, hicieron que Keppard rechazara finalmente la oportunidad. Por tanto, los honores pasaron a sus coétanos The Original Dixieland Jazz Band, paradójicamente una banda de músicos blancos procedentes de Nueva Orleans, encabezados por el cornetista de origen italo-americano Nick La Rocca, quien siempre afirmó que el jazz era una invención de blancos que los negros copiaron.
El 26 de febrero de 1917 en los estudios que la discográfica Victor tenía en Nueva York se grababa el primer disco de jazz de la historia que contenía 'Livery Stable blues' y 'Dixieland jazz step'. Su lanzamiento fue todo un éxito de ventas, más de 250.000 copias, y supuso un enorme aumento en la popularidad de la banda, que llegó incluso a realizar giras por Europa. La principal crítica que suele hacerse a la Original Dixieland Jazz Band es que copiaron los patrones de la música afroamericana para autoproclamarse a sí mismos como los 'creadores del jazz', con fines más oportunistas que artísticos. Para otros, no interpretaban verdadero jazz, sino que era una especie de ragtime evolucionado.
Añadido a esto, existen ciertas dudas sobre si esa fue realmente la primera, algunas fuentes la sitúan en 1916 en la grabación That funny Jas Band from Dixieland donde se cita por primera vez la palabra jazz. Sea cual fuere, la historia ha reservado a la Original Dixieland Jazz Band tan reputado honor y desde luego después de escuchar esta primitiva grabación de 'Livery Stable blues' (con imitaciones de sonidos de animales incluidos por parte de los instrumentos de viento), no cabe la menor de duda de que, por lo menos, supieron captar la vitalidad, la energía y la expresividad de la primera música jazz.
"Muchos compositores han atribuído el ritmo que introdujimos como algo proveniente de las junglas africanas y asociándolo a la raza negra; mi argumento es que los negros aprendieron a tocar este ritmo y esta música de los blancos, el negro no tocó ningún tipo de música semejante a la de los blancos en ningún momento", Nick La Rocca.