"Well, my mother told my father,
just before I was born,
'I got a boy child's comin',
He's gonna be a rollin stone"
just before I was born,
'I got a boy child's comin',
He's gonna be a rollin stone"
'Rolling Stone'
[Mi madre le dijo a mi padre antes de que yo naciera 'voy a tener un niño', será un desarraigado]
Cerró los ojos. De repente se imaginó en la gran ciudad caminando por sus inmensas avenidas, llenas de coches, de esbeltas farolas de luces multicolor y de gente yendo de un lado a otro. El bullicio continuo de los paseantes, el ruido ensordecedor de las bocinas, los gritos chillones de los vendedores callejeros, el bramar de los puños que se chocan en la pelea, o, lo que es peor, el estruendo de las balas en un ajuste de cuentas entre bandas rivales. ¿Realmente esa era la tierra prometida? Posiblemente no, pero hay una cosa clara, ese paisaje urbano, más propio del infierno -inhóspito, cruel, inhumano, autocomplaciente- iba a tener una banda sonora única: el blues. Pero no un blues cualquiera, sino amplificado...
Soñar con la gran ciudad no era algo ajeno para un bluesmen del Delta de Mississippi. Allí las oportunidades eran escasas. Quien más y quien menos, en algún momento, se había imaginado triunfando en Chicago, en Nueva York, o a lo sumo en Memphis. Sin embargo, esa gran ciudad miraba con desdén cualquier expresión que viniera del sur. Solo necesitaba su mano de obra. No sentía el más mínimo interés por los acordes acústicos del blues tradicional. Una indiferencia típica de los años previos a la Segunda Guerra Mundial. En esa época, el swing dominaba la vida nocturna. Blancos y negros acudían a las salas de fiestas para dejarse seducir por los ritmos calientes de las big bands de jazz.