"Afuera, sintiendo el aire puro del río; bajo el sol, la luna y las estrellas, la energía del jazz se activa, removiendo las ondas de sonidos del río más famoso del país", Jazz on the river.
La sensación de libertad, de adentrarse en lo desconocido, de explorar nuevas tierras tan fascinantes como misteriosas. Hay un cierto toque romántico en ello, de búsqueda interior, de dejarse llevar por la corriente, de cambio, de ensueño. En las antiguas culturas, los ríos han simbolizado la juventud, el conocimiento, la inmortalidad, el avance y se han utilizado como una de las grandes metáforas del arte. "Todo fluye" decían los clásicos. Los navegantes que se embarcaban en apasionantes viajes por las salvajes y peligrosas aguas experimentaban una suerte de crecimiento personal, de superación, de madurez. El persistente mito de Ulises, los cantos de sirenas, los encantamientos marinos. Existe algo en la imaginería acuática que nos atrae y nos hechiza, casi tanto como en la música jazz.
Nueva Orleans, uno de los puntos más septentrionales del Caribe, la única ciudad subtropical de Estados Unidos, era el puerto principal del río Mississippi. El alfa y omega del Nilo norteamericano. Como destino final, allí llegaban los barcos de esclavos provenientes de África, los comerciantes europeos, los colonos, los refugiados de las guerras de Haití o de Cuba. La famosa mezcolanza de la Crescent City. Y al mismo tiempo, de allí partían hacia el interior del país, unos característicos barcos de vapor que no solo llevarían pasajeros y turistas, sino también los estimulantes ritmos autóctonos.