Lunes de Aguas en Gajates / La Gaceta de Salamanca |
[[Hacemos un pequeño alto en el camino en las historias del blues y jazz con este texto publicado en el número 6 de la revista Jot Down 'Políticamente incorrecto' sobre la tradición del Lunes de Aguas, el Padre Putas y la celebración popular en Salamanca. El número está a la venta online aquí así como en kioscos y librerías de toda España que se pueden consultar aquí.]]
Una ciudad que rinde homenaje a sus putas es una ciudad que pervive en la memoria colectiva: al fin y al cabo, estamos hablando de la profesión más antigua y duradera de la humanidad. Por algo será. Nos adentraremos en la historia del Padre Putas, guardián de la Casa de Mancebía y remero ocasional, del jolgorio estudiantil, del desenfreno báquico y pernicioso, del pícaro buscón y de las alegres meretrices que dieron origen a una de las fiestas populares más peculiares e indecorosas que aún hoy pervive: el Lunes de Aguas, en Salamanca. Tal vez la única efeméride ‘oficial’ que rememora el regreso de las prostitutas a la urbe para el disfrute poblacional. Casi nada.
“Putas en sobrado, galápagos en charco y agujas en costal no se pueden
disimular”
“Puta ventanera no está ociosa por buena”. Refranero popular.
Una garganta desnuda, que precede a un pecho escotado y
voluptuoso, se contonea insinuante desde lo alto del balcón al paso de unos
desprevenidos estudiantes que, carpeta en mano, deambulan ajenos a cualquier
estímulo externo. Discusiones presocráticas, socráticas, platónicas o
aristotélicas se ven interrumpidas. Cuando se percatan de la elevada presencia
femenina se vuelven todos epicúreos y olvidan sin reparo la reciente lección
aprendida en el aula para dejarse hipnotizar por los encantos mundanos de la
poderosa Afrodita. Bueno, más que de diosa griega, se podría hablar de deidad
andrajosa: las mejillas y los ojos pintarrajeados de mala manera apenas
consiguen disimular la falta de benevolencia del creador que no puso en ella
especial esmero para obsequiarla con el don de la belleza. Ya se sabe el dicho
latino Quod natura non dat, Salmantica
non praestat (‘Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta’). Y, a
ese respecto, la Salamanca
medieval podía prestar efímeros placeres terrenales en correteos nocturnos a
cambio de unos maravedíes, pero poco más…
“…porque los maestros que muestren sus saberes, é los escolares que los
aprendan, vivan sanos en él, é puedan folgar é rescibir placer en la tarde
cuando se levanten cansados del estudio” Alfonso X el Sabio.
Ya en el siglo XVI, uno de los de mayor apogeo de la
universidad, de los 25.000 habitantes con los que se cree contaba la ciudad,
alrededor de 8.000 eran bachilleres. Si lo comparamos con los 11.000 habitantes
de Madrid, uno puede imaginar sin problema el ambiente bullanguero que se
respiraba en las calles. Tabernas, tascas y mesones repletos de jóvenes
estudiantes y sopistas despreocupados, que no solo se instruían en los saberes
del intelecto, sino también en los de Baco. Además, se veían pícaros,
buscavidas, buhoneros, feriantes, lavanderas, alcahuetas y celestinas junto a
clérigos, nobles y rectores. Y, por supuesto, putiferio, mucho putiferio.
Estamos hablando de la
Salamanca literaria que inspiró obras de calado como el Licenciado Vidriera de Cervantes, La
Celestina de
Fernando de Rojas, o el célebre Lazarillo
de Tormes. La picaresca en todo su esplendor.
Situación de la Casa de Mancebía de Salamanca |
Como en otras muchas ciudades de la época, en Salamanca
existían burdeles públicos. Cuentan los cronistas que, junto con Valencia, la Casa de Mancebía charra era
uno de los mayores prostíbulos del reino. Por eso de guardar las formas, en
lugar de ubicarse en pleno centro se llevó allende el río Tormes, pasando el
solemne Puente Romano, en una zona conocida como el Arrabal (hoy en día aún se
llama así ese barrio). No se podía haber elegido mejor ubicación y nombre,
desde luego: “extramuros y alejada, en un extremo del arrabal del puente,
exenta de viviendas cuyos vecinos se escandalizasen por la presencia de mujeres
públicas o pudieran ser indiscretos testigos de la llegada de clientes”, cita
el historiador Vicente Martín Hernández en su libro Fragmentos de una historia sociourbanística de la ciudad de Salamanca.
Sin embargo, una de las características del lupanar
salmantino, que lo diferenciaba del resto, era que estaba custodiado por un
clérigo: el Padre de Mancebía. Nombrado por el Consistorio de la ciudad, en
cierto modo también para explotar los pingües beneficios de la carne, el páter
tenía como misión primordial rentar la casa a las mujeres, asegurarse de que
todas las candidatas gozaran de buena salud y de que no estuvieran casadas o
fueran mulatas. Asimismo, entre las funciones del eclesiástico estaba mantener
las instalaciones a punto: las estancias debían tener cama de dos colchones,
almohadas, manta, silla, candil, botica y estera. Entre las más curiosas, velar
por su vestimenta: nada de guantes, sombreros o mantos largos, solo mantillas
amarillas cortas. El color amarillo, junto con un cintillo pardo en el borde de
la falda, las distinguía del resto de féminas decentes. He ahí el origen mismo
de la expresión irse de picos pardos. En definitiva, en
Salamanca la madame del burdel —o ‘mesón del infierno’, según se decía en el Licenciado Vidriera— llevaba sotana y
crucifijo, no era una elegante señorita, sino un hombre de Dios al que todo el
mundo conocía como Padre Lucas o Padre Putas. Pero aún no hemos hablado de la
más importante de sus encomiendas, independientemente de que en algún momento
dado el sacerdote quisiera probar en persona el producto antes de ofrecérselo al cliente…
“Semana Santa recojan a todos los poetas públicos y cantoneros y se les
aplique tal norma como a las malas mujeres”, El Buscón, Quevedo.
Cuenta la leyenda que su majestad Felipe II, que a la sazón
sería rey del mayor Imperio Español, llegó a la docta y culta Salamanca, a
mediados del siglo XVI, esperando encontrar una ciudad recia y austera donde
desposarse con la princesa María Manuela de Portugal. Nada más lejos de la
realidad. En su lugar halló una urbe desenfadada y entregada por completo a los
placeres de la carne, a la algazara y al barullo, más que al estudio y al
recogimiento. A pesar de la juventud del monarca —apenas dieciséis años—, su
recta fe, su profunda religiosidad y su gusto por las buenas costumbres le
llevaron a tomar una medida drástica: prohibir la prostitución durante el
tiempo de Cuaresma. El Padre Putas pensó que podría tomarse unas vacaciones,
pero en realidad le iba a tocar hacer horas extra.
“En días de Fiesta, Cuaresma, cuatro témporas y vigilia, no
estén las mujeres ganando en la mancebía, bajo pena de dejarle el costillar
hecho trizas”: las Ordenanzas de la Casa de Mancebía, que
Felipe II instauró en Castilla para el tiempo de Pascua, no se andaban con
chiquitas. Desde el Miércoles de Ceniza hasta el fin de la Semana Santa, las
meretrices debían abandonar la ciudad y era obligado el cese de toda actividad
en el prostíbulo. Para evitar tentaciones, toda carne fresca, mancebía o
fresquera era enviada lejos. No parecía de recibo practicar el milenario arte
de la fornicación en los días precedentes a la Pasión y Muerte de Cristo.
Como reza el refrán: “antruejo buen santo; Pascua, no tanto”.
El Padre Putas adquirió, pues, una nueva misión divina,
nunca mejor dicho: debería acompañar a sus concubinas a las afueras de la
ciudad, en concreto al poblado de Tejares, a unos kilómetros de distancia
siguiendo el curso oeste del Tormes. Remos a punto, el Padre Putas atravesaba
las aguas tormesinas para emprender la excursión del exilio con coimas y
alcahuetas a bordo. No hay registros del número de viajes que tuvo que hacer el
buen hombre, pero seguro le quedaron fornidos brazos. Empezaba el periodo de
abstinencia Los desolados fornicarios y amancebados bajaban hasta la orilla
para despedirlas y augurarles un pronto regreso. Y ese regreso —convertido en
eternidad para algunos— se producía el Lunes de Quasimodo o, lo que es lo
mismo, el Lunes de Pascua que sigue al Domingo de Albillo, segundo lunes justo
al concluir la Semana Santa
con el Domingo de Resurrección.
Para celebrar la vuelta de las cantoneras, los
enfervorizados mozos vestían sus mejores galas, envueltos en danzas y cánticos,
y se dirigían hasta la ribera del río, bota de vino en mano. Sobraban los
motivos para el festejo. Manjares y licores hacían más llevadero el último
tramo de la espera. En lontananza se adivinaba el hábito del Padre Putas, rema
que rema, acompañado de sus fieles damiselas. Lo que es la vida: él, que había
hecho los votos para servir a Dios, y al final reducido a un díscolo—quién sabe
si también pecaminoso— proxeneta. Algunos aventurados estudiantes, presos de la
impaciencia, se embarcaban en esquifes engalanados para recibirlas en las
mismas aguas del río. Toda una flota de embarcaciones adornadas con ramas de
árboles, ramos y remos —la expresión de ramera
aparece por primera vez en La Celestina— se
alienaban por el Tormes en señal de calurosa bienvenida. El cachondeo era
infinito, la juerga monumental y tremendísima la bacanal. Los duros tiempos de
Cuaresma habían concluido. Ya hay constancia de este hecho cuando un noble
estudiante florentino de nombre Girolamo da Sommaia recoge en su diario el “di
di passar las aguas” el 18 de abril de 1605.
Esa actividad tan salmantina de recibir rameras a pie de río
se convierte en tradición. Con el transcurrir del tiempo, el paso de las aguas
se da en llamar Lunes de Aguas. De
origen profano o religioso —los historiadores no se ponen de acuerdo en este
aspecto— año tras año, durante el Lunes de Pascua, el ínclito Padre Putas de
turno devuelve la carne a la mancebía. A partir de ese momento, la fiesta del
Lunes de Aguas se recoge en citas y documentación de la historia de la ciudad.
Lo mismo aparece en un tratado sobre evolución urbanística salmantina que en
coplillas y canciones populares. También en la literatura. Por ejemplo, el
poeta y jurista Juan Meléndez Valdés, estudiante de Derecho en Salamanca,
escribe en siglo XVIII una carta a José Cadalso titulada La gran fiesta del Lunes de Aguas: a la gran borrachera.
“A la gran borrachera
de Lunes de las Aguas
primer fiesta de Baco
de nuestra Salamanca
y solemnidad ilustre
que ella tan solo guarda
en todas las aldeas
que el claro Tormes baña
donde salirse suele
a la campestre estancia
con opíparas mesas
de corderos de Pascua
y en espumantes copas
del nieto de las parras
dar a la primavera
mil bacanales salvas
brindome el capricho
tras siesta abochornada
y al punto a puto el postre
eché a
correr de casa.”
Pelanduscas,
prostitutas, hurgamanderas, coimas, damiselas, meretrices, cantoneras,
busconas, tusonas, gorronas, zorras, zurronas o rameras. El diccionario
castellano es generoso en las denominaciones de las mujeres públicas. De ahí a
honrarlas en una fiesta oficial hay un trecho. En Salamanca se sigue haciendo,
hasta el punto de que el Lunes de Aguas, junto con la Semana Santa, están
considerados como Fiesta de Interés Turístico. Ya nadie sale en barca a recibir
al Padre Putas. La efeméride se ha convertido en una excursión campestre donde
se degusta un arma de destrucción masiva culinaria llamada hornazo, empanada hecha a base de lomo, chorizo y huevo. La carnaza
de ahora sustituye a la carne de otrora. La borrachera no difiere mucho. Se
juntan estudiantes y pensionistas, locales y foráneos, niños y abuelos vestidos
con el traje charro tradicional. Charangas, charradas, dulzainas, tamboriles,
bailes, vino y el susodicho hornazo ponen el resto.
“¡A por el Padre Lucas! ¡A por el Padre Lucas!” gritan hoy
los niños y jovenzuelos que corren, desaforados, por las callejuelas que van a
dar a la Plaza Mayor
los días de ferias y fiestas. Saltan, brincan, ríen y se burlan de un gigante
cabezudo al que siguen los pasos muy cerca. Este se da la vuelta y con fino
palo de madera propina algunos ingenuos golpes a la chiquillería. El Padre
Putas sigue presente entre los habitantes a través del Padre Lucas, personaje
estrella de los pasacalles de todas las fiestas patronales de la ciudad. Los
más ancianos del lugar incluso llaman padrelucas
a los cabezudos. Aunque todo el mundo conoce su origen, pocos hay realmente que
se atrevan a comentarlo en público. No vaya a ser que alguien se escandalice.
La verdad es políticamente incorrecta. El Lunes de Aguas queda como testigo
inerme y enmascarado de que en la
Meseta también sabemos pasárnoslo bien.
Bibliografía:
El Lunes de Aguas (de fiesta y muy
salmantina); José Luis Yuste, Globalia Ediciones Anthema, 2004, Salamanca.
Celebración del Lunes de Aguas años 30 / Archivo Gombau |
Hoy, es una ciudad en la que también pueden participar las mujeres, sin ser la carnaza, cosa que también debemos celebrar ;-)
ResponderEliminarTremenda historia. Clero y putas son dos estamentos unidos desde lo más antiguo, al parecer ;-) Me gusta esa fiesta que reivindica el hedonismo y la alegría de vivir y en la que también, como comenta arriba Anónimo, participan ya las mujeres "sin ser carnaza".
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