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jueves, 14 de marzo de 2013

Gritos en el dique del Mississippi

Foto - Janet Neusome, 1927

Conducir por las rectilíneas y solitarias carreteras de región del Delta no asegura ver el río. Una barrera infranqueable lo impide. El legendario Mississippi no solo da nombre al estado, también supone toda una institución que va mucho más allá del mero accidente geográfico. Si las civilizaciones antiguas florecieron cerca de los grandes ríos como el Tigris y el Eúfrates, otro tipo de pobladores -quizá menos trascendentes, aunque nunca se sabe- escribieron su intrahistoria junto a las riberas de este descomunal río que atraviesa el estado de norte a sur.

Granjas, bosques, pantanos, cabañas, poblaciones y las extensas plantaciones de algodón... el río las cruza, las serpentea, las acaricia, las dota de vida en su imparable camino hacia la desembocadura en el Golfo de México, cerca de Nueva Orlenas. Pero con frecuencia, el Mississippi, también se enfurece, se desborda y arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Las inundaciones han quedado marcadas en el recuerdo de sus habitantes. Algunas fueron históricas, otras eran tan devastadoras que solo las copas más altas de los árboles quedaban impunes de las crecidas del río.

En 1451 el explorador español Hernando de Soto descubrió unas aguas que bautizó como Río Grande, fue el primer europeo en adentrarse en ellas, aunque los chotcaws -antiguos pobladores de la zona- ya se habían asentado, temerosos, desde tiempos inmemoriales en unos montículos que bordeaban el río. Ellos fueron en realidad los pioneros en intentar domar las aguas del Mississippi, aunque su apuesta resultó infructuosa. No será hasta principios del siglo XIX, en plena esclavitud, cuando se empezó a diseñar un primitivo sistema de diques para contener las crecidas. Pero la fuerza del río grande superaba cualquier estrategia humana por contrarrestarla. En los años posteriores a la Guerra de Secesión, se construyó un dique más fuerte y resistente; las fértiles tierra de la llanura aluvial del Mississippi pudieron descansar por fin sin miedo a ser regadas de improviso. El dique del Mississippi representa uno de los sistemas de contención más grandes del mundo y una de las obras de ingeniería más asombrosas de Estados Unidos.

lunes, 9 de abril de 2012

Un lamento de blues en la prisión Parchman

Convictos de Parchman dirigiéndose al campo de trabajo

En Mississippi nada es lo que parece. O mejor dicho, todo es lo contrario de lo que parece. Durante los años 20 y 30, la tierra que vio nacer el blues albergaba el dudoso honor de ser el estado más pobre y subdesarrollado de Estados Unidos. Tenía la renta per cápita más baja, menos de la mitad de la media. Raro era encontrarse un hogar con teléfono, radio o vehículo motorizado. De hecho, en 1937 tan sólo el 1% de las granjas contaba con electricidad. Aquél que se adentraba en la extensa llanura aluvial (la región del Delta) delimitada por los ríos Mississippi y Yazoo se topaba con una sociedad arcaica y esclavista, como si de repente el Tercer Mundo se hubiera asentado en pleno corazón americano.

Sin embargo, la música que emanó de allí ha llegado a todos los confines del mundo y ha influido decisivamente en gran parte de los estilos populares del siglo XX. Si el blues hubiera sido un bien tangible como el petróleo o el algodón, Mississippi podría haberse convertido, sin lugar a dudas, en el estado más rico y rentable.

Aunque la sobrecogedora realidad del Delta mostraba otra cara. La división racial era más evidente entre el campo y la ciudad. Los blancos duplicaban a los negros en los centros urbanos; los esclavos les quintuplicaban en las plantaciones. Apenas participaban de la vida de la ciudad, aunque paradójicamente la experiencia cultural pertenecía a ellos, de una manera primitiva, cruda y austera. A diferencia del estilo eléctrico de Chicago o de los grandes combos de Memphis o Detroit posteriores, los bluesmen del Delta solo se hacían acompañar por un único instrumento: la guitarra.

Mientras que en el resto del país, las grandes estrellas del jazz, del swing, del vodevil o incluso las cantantes de blues clásico, actuaban ante fervorosas audiencias, en recintos -más o menos honorables- destinados para ello, en Mississipi tal concepto simplemente no existía. No había salas de conciertos, ni conservatorios, ni teatros. Tocando la guitarra en cualquier barrelhouse se podían ganar unos cuantos dólares y algunas copas gratis (más que recogiendo algodón) pero nadie hacía carrera de ello. Ninguno de los hombres del Delta se dedicaba en exclusiva a la música.