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domingo, 31 de mayo de 2015

Un grito en la plantación



[[Texto publicado el el Anuario del Blues 2014 editado por la Societat del Blues de Barcelona y dirigido por Manuel López Poy]]

Del nacimiento de blues a los primeros discos de raza

Al principio todo estaba en silencio. Silencio que tan solo se interrumpía por el renqueante sonido de los trenes de vapor que cruzaban el país de este a oeste, de norte a sur. Pensemos en una plantación de algodón de Mississippi. Pobreza, marginación y desarraigo juntos en un mismo escenario. A veces la historia nos lo ha vendido como un lugar idílico, pero no lo es. Imaginemos un día de verano, bajo un sol abrasador, unos hombres, negros, agrupados en cuadrillas y ataviados con unos trajes de faena austeros: sombrero, mono y pañuelo para secar el sudor. Se preparan para la jornada. Los aperos de trabajo están dispersos por el suelo. Se alinean, cogen un hacha, la levantan de tal forma que la hoja de la azada mira al cielo como parte de un ritual divino. La golpean con fuerza contra la superficie. La hendidura de la tierra se resquebraja al mismo ritmo que se carcomen sus almas. Repiten esta operación una y otra vez, en una monotonía exhausta que acabar por minar el poco ánimo que les queda, si es que les quedaba algo. Olvidaron su pasado, no conciben el futuro. Solo tienen el presente.

Al otro lado de la zanja, otros negros, esta vez hombres y mujeres, encorvan su silueta en el horizonte para recoger el fruto de la tierra. Las hilachas de la planta del algodón se extienden por todo el terreno, caprichosas, desordenadas, dando al paisaje un color blanquecino que contrasta con el tono seco y anaranjado del astro rey. Aunque aquí no hay noblezas que valgan. La única jerarquía es la del capataz que, a golpe de látigo, reclama más leña al fuego como si del averno se tratase. Y en el fondo, esa plantación no dista mucho del infierno.

De repente, en la lejanía, se oye un eco, un quejido en forma de llamada de auxilio. Un hombre se lamenta por su destino y entona una breve frase. Imprecisa, titubeante, temerosa, sincera. Al instante el resto de hombres le responden en un unísono arrebatador. El primer hombre vuelve a emitir la misma frase. Y la comitiva responde de nuevo. Cada vez son más los hombres que se unen. Acompasan sus fraseos con el golpe de las hachas y con el movimiento de sus cuerpos. Melódicamente, las notas fluctúan levemente la escala del pentagrama, no son afinaciones puras, podrían parecer desafines en los oídos de un europeo formado en la tradición occidental. Esa célula inicial básica y rudimentaria, en formato de llamada/respuesta, constituye la base de un nuevo estilo que en unos años llegará a todos los confines del mundo. Esas notas bemolizadas son las características blue notes, o lo que es lo mismo, una forma tosca de adaptación de la escala pentatónica africana, a la escala diatónica europea. En esa plantación y en otras muchas idénticas del sur de los Estados Unidos surgió una expresión poética para canalizar el dolor. Pasado un tiempo se dio en llamar blues.

viernes, 27 de junio de 2014

Highway 61, la Ruta del Blues: de Nueva Orleans a Chicago

[[En noviembre de 2012 el suplemento El Viajero de El País publicó mi 'Ruta del Blues', un viaje del que ya he hablado en otras ocasiones. Razones comprensibles de extensión y ajuste a la sección hicieron que el texto se redujera casi a la mitad. Algunos me habéis pedido el original. Por si alguno se plantea hacerla o por el mero disfrute de imaginarla, he decidido publicarlo íntegro aquí, con comentarios personales, sugerencias y reflexiones. Espero que os sirva de estímulo para hacer el que es sin duda el MEJOR viaje posible para conocer las raíces de la música estadounidense. 

Sigo tirando de textos de archivo -disculpas por ello- ya que estoy inmerso en el proceso, nada sencillo, de documentación, redacción y adaptación de lo que será el libro de LA MÚSICA ES MI AMANTE. Os mantendré informados. Gracias por la comprensión]]

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Highway 61 a la altura de Memphis

En el imaginario colectivo de todos, la Ruta 66, la carretera Madre de Norteamericana, no tiene rival alguno como icono popular internacional. Sin embargo su “hermana pequeña”, la Highway 61 o Ruta del Blues, no tan conocida —disco de Dylan aparte—,  plantea un recorrido mucho más iniciático. Profundiza en las entrañas de Estados Unidos: en su historia, en su sociedad, en su idiosincrasia y, cómo no, en su música, para explicar mejor que nadie su maravilloso legado cultural. En su trazado está la respuesta a muchas preguntas que aún hoy nos planteamos. Las raíces del blues, del jazz, del soul o del rock se esconden entre su asfalto. Imposible adivinar a dónde vamos sin saber de dónde venimos. Transitar la Ruta 61 es algo más que un viaje…

Louis Armstrong, Martin Luther King, Elvis Presley o Muddy Waters son tan solo algunos de los personajes legendarios que deambularon por estas carreteras para escribir su leyenda. El comercio de esclavos, los derechos civiles, la segregación racial, el éxito o el fracaso… el gran sueño (o pesadilla)  americano en definitiva. La Ruta 61 sigue el curso inverso del no menos emblemático río Mississippi. Desde el Sur al Medio Oeste. Aunque geográficamente empieza en Nueva Orleans para acabar en  Minnesota, tras más de 2.300 kilómetros, la ruta emotivo-musical se desvía unas millas para finalizar irremediablemente en Chicago.

El 8 de agosto de 1922 un mozalbete llamado Louis Armstrong abandonaba su Nueva Orleans natal a bordo del Illinois Center Railroad con rumbo a Chicago. Allí se convertiría en una estrella. La historia del jazz cambió para siempre. En el mismo mes de agosto, pero 90 años después, quise emular ese viaje y experimentar en carne propia todas las sensaciones de aquellos músicos pioneros. Porque no solo fue Armstrong, muchos otros afroamericanos se vieron obligados a dejar su hogar en el Sur para buscarse un mejor porvenir en el Norte. Es un fenómeno conocido como la Gran Migración. Afortunadamente, mis circunstancias personales nada tenían que ver con esa dramática situación, así que después de meses ahorrando y  preparándolo,  la última semana de agosto, junto a mi pareja, me embarqué hacia la primera parada: Nueva Orleans. Aparte de la banda sonora, como compañero inseparable, el fantástico libro The Blues Highway de Richard Knight.


lunes, 30 de septiembre de 2013

Celos, peleas y una pianista de boogie woogie




Fue en la estación del apeadero de Lula en un momento indeterminado entre 1929 y 1930. Son House acababa de salir de la prisión de Parchman. Nunca estuvieron claros los motivos que le llevaron allí, pero por fin volvía a ser libre. Por aquel entonces Lula apenas tenía quinientos habitantes, era una aldea de paso, cerca de la frontera con Arkansas. Charley Patton, que ya había realizado dos prolíficas sesiones para Paramount (registrando, entre otras, su famoso 'Pony Blues'), se dejó caer por la cafetería de la estación. Allí vio una suerte de griot africano recitando versos envenenados y escupiendo insanas profecías por su boca. Por su puesto, se trataba de Son House, que de alguna manera había conseguido un trabajo en el café de la estación. Le gustó el sonido de House, esa forma agresiva de tocar la guitarra. Bueno... tocar... más bien golpear, castigar, pegar, arrollar. House parecía absorto en una especie de misión mesiánica y pulsaba las cuerdas como el sacerdote que está en pleno éxtasis de fervor. Sin duda a Patton le sorprendió.

A mediados de 1930, Arthur Liably, el cazatalentos de Paramount, regresó a la plantación Dockery para proponer a Charley Patton una nueva grabación. Pero esta vez le pidió que fuera acompañado de algún otro talento local que conociera. Patton no se lo pensó mucho. Se lo propuso a su inseparable compañero de aventuras, Willie Brown, y al hombre de la estación de Lula, Son House. También a una desconocida jovencita que tocaba el piano al estilo boogie woogie en los antros de la zona. Respondía al nombre de Louise Johnson. En el Delta no era muy habitual encontrar pianistas y menos femeninas y desde luego no fueron muchos los que dejaron huella de su música en grabaciones. Johnson sería una excepción.


jueves, 14 de marzo de 2013

Gritos en el dique del Mississippi

Foto - Janet Neusome, 1927

Conducir por las rectilíneas y solitarias carreteras de región del Delta no asegura ver el río. Una barrera infranqueable lo impide. El legendario Mississippi no solo da nombre al estado, también supone toda una institución que va mucho más allá del mero accidente geográfico. Si las civilizaciones antiguas florecieron cerca de los grandes ríos como el Tigris y el Eúfrates, otro tipo de pobladores -quizá menos trascendentes, aunque nunca se sabe- escribieron su intrahistoria junto a las riberas de este descomunal río que atraviesa el estado de norte a sur.

Granjas, bosques, pantanos, cabañas, poblaciones y las extensas plantaciones de algodón... el río las cruza, las serpentea, las acaricia, las dota de vida en su imparable camino hacia la desembocadura en el Golfo de México, cerca de Nueva Orlenas. Pero con frecuencia, el Mississippi, también se enfurece, se desborda y arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Las inundaciones han quedado marcadas en el recuerdo de sus habitantes. Algunas fueron históricas, otras eran tan devastadoras que solo las copas más altas de los árboles quedaban impunes de las crecidas del río.

En 1451 el explorador español Hernando de Soto descubrió unas aguas que bautizó como Río Grande, fue el primer europeo en adentrarse en ellas, aunque los chotcaws -antiguos pobladores de la zona- ya se habían asentado, temerosos, desde tiempos inmemoriales en unos montículos que bordeaban el río. Ellos fueron en realidad los pioneros en intentar domar las aguas del Mississippi, aunque su apuesta resultó infructuosa. No será hasta principios del siglo XIX, en plena esclavitud, cuando se empezó a diseñar un primitivo sistema de diques para contener las crecidas. Pero la fuerza del río grande superaba cualquier estrategia humana por contrarrestarla. En los años posteriores a la Guerra de Secesión, se construyó un dique más fuerte y resistente; las fértiles tierra de la llanura aluvial del Mississippi pudieron descansar por fin sin miedo a ser regadas de improviso. El dique del Mississippi representa uno de los sistemas de contención más grandes del mundo y una de las obras de ingeniería más asombrosas de Estados Unidos.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Un errante seductor, insatisfecho y sin raíces

"Well, my mother told my father,
just before I was born,
'I got a boy child's comin',
He's gonna be a rollin stone"
'Rolling Stone'

[Mi madre le dijo a mi padre antes de que yo naciera 'voy a tener un niño', será un desarraigado]
Cerró los ojos. De repente se imaginó en la gran ciudad caminando por sus inmensas avenidas, llenas de coches, de esbeltas farolas de luces multicolor y de gente yendo de un lado a otro. El bullicio continuo de los paseantes, el ruido ensordecedor de las bocinas, los gritos chillones de los vendedores callejeros, el bramar de los puños que se chocan en la pelea, o, lo que es peor, el estruendo de las balas en un ajuste de cuentas entre bandas rivales. ¿Realmente esa era la tierra prometida? Posiblemente no, pero hay una cosa clara, ese paisaje urbano, más propio del infierno -inhóspito, cruel, inhumano, autocomplaciente- iba a tener una banda sonora única: el blues. Pero no un blues cualquiera, sino amplificado...

Soñar con la gran ciudad no era algo ajeno para un bluesmen del Delta de Mississippi. Allí las oportunidades eran escasas. Quien más y quien menos, en algún momento, se había imaginado triunfando en Chicago, en Nueva York, o a lo sumo en Memphis. Sin embargo, esa gran ciudad miraba con desdén cualquier expresión que viniera del sur. Solo necesitaba su mano de obra. No sentía el más mínimo interés por los acordes acústicos del blues tradicional. Una indiferencia típica de los años previos a la Segunda Guerra Mundial. En esa época, el swing dominaba la vida nocturna. Blancos y negros acudían a las salas de fiestas para dejarse seducir por los ritmos calientes de las big bands de jazz.

martes, 30 de octubre de 2012

El matadero de los tiempos difíciles

  
"Hard time here and everywhere you go 
Time is harder than ever been before"
¿Por qué buscar belleza donde no la hay? El blues nace de una tragedia, de un desarraigo. De la tristeza de los antiguos reinos. Del hombre negro africano, esclavo, que llega a un entorno hostil que ni comprende, ni quiere comprender. El blues es su forma de adaptarse a él. De exorcizar sus demonios, sus lamentos y sus angustias para convertirlos en una especie de expresión poética. Pero una poesía recia, rocosa, dura como la tierra que se ve obligado a labrar. Puede que haya belleza en ello, pero es otro tipo de hermosura, sin duda, nada convencional. Quien busca refugio en el blues acabará desconcertado. No encontrará sosiego, tampoco calma, ni si quiera alivio. Porque el blues es convulso. Te agita, te conmueve, te perturba, pero rara vez te pacifica.

Son tiempos difíciles. Aquí y en todas partes. De puerta a puerta la gente parece buscar una promesa de paraíso que jamás existió. A quién le importa dónde van. Vagan a la deriva suplicando cobijo, trabajo... futuro. Escapar del matadero ¿implicará la felicidad? Los tiempos difíciles arrasarán con todo. Los que aún conservan algo de dinero, más vale que lo aseguren. Los tiempos difíciles están aquí pero pueden durar mucho, toda una vida...

Cuando Skip James escribió 'Hard time killing floor blues' tal vez no sabía que estaba componiendo una oda a la decadencia, a la desazón, a la desesperanza, un himno a los tiempos duros. Era 1931, la crisis del 29 había causado estragos en todo Estados Unidos. Los ricos dejaron de ser tan ricos, los pobres fueron aún más pobres. La Gran Depresión amenazaba con consumir el escaso ánimo que quedaba en la población. El disco fue un absoluto fracaso comercial. Nadie quería que le enfrentaran con sus penurias diarias. La sociedad buscaba evasión en el cine, en los musicales de Broadway, en el jazz de las grandes orquestas, pero nadie necesitaba que le recordaran que los tiempos difíciles puede que no acabaran nunca. Nadie veía en el blues un consuelo a su amarga existencia.

Durante esa época, los negros utilizaban el término killing floor para referirse a un matadero (slaughterhouse), en el sentido literal de la palabra, pero los bluesmen se apropiaron de ese slang y lo llevaron a su imaginería lóbrega, a un estado de aflicción que servía como perfecta metáfora del período que estaban viviendo. Los que emigraron al norte buscando mejores condiciones, pronto descubrieron que el sueño era demasiado efímero. Pasaron de trabajar de sol a sol en la plantación de algodón, para hacerlo en la fábrica de coches o en el peor de los casos, en el matadero, despedazando cuerpos de animales. Una planta mortal donde los anhelos de una vida nueva se desvanecieron.

lunes, 20 de agosto de 2012

El blues, el diablo y los cruces de caminos

Ilustración: Neil Harpe

"El blues es como el diablo viene y te lanza un hechizo", Lonnie Johnson en 'Devil's got the blues'. 

El blues es un lamento íntimo, solitario. Los lugares de los hombres del Delta estaban impregnados de esa soledad: estaciones de tren nocturnas, cabañas de madera perdidas en la plantación o caminos recónditos por donde apenas pasaba gente. No necesitaban a nadie. Su espíritu libre y vagabundo solo les pertenecía a ellos. Como mucho a su guitarra, en el caso de que no fuera robada, claro. Siempre conseguían esfumarse como sanguijuelas de todos los sitios. Unas copas, una discusión o una pelea y se alejaban de las poblaciones para adentrarse en la noche con decisión y misterio. Cerca de la medianoche, en un cruce de caminos cualquiera, aguardaban. Primero unos acordes de su desvencijada guitarra, unas notas de blues para llamar su atención. La espera podía alargarse, pero no había tregua para los temerosos... De repente, como surgido de las profundidades del averno, aparecía él, en forma de sombra nocturna. Les arrancaba la guitarra, la afinaba y empezaba a tocar. Después de un tema se la devolvía. El pacto se había consumado. A partir de ese momento ningún guitarrista podría superarle. El bluesman había vendido su alma a cambio de la genialidad musical.

En la mitología de Mississippi existen muchas leyendas, pero tal vez el ritual de vender el alma al diablo sea uno de los que más haya calado en la cultura popular. Aunque para muchos historiadores y biógrafos sea un episodio anecdótico, testimonial, irrelevante o incluso sonrojante, lo cierto es que para muchos seguidores del blues supone uno de sus grandes atractivos y se producen devotos peregrinajes hacia los supuestos lugares donde estos bluesmen negociaron con Satán. Uno de ellos, tal vez uno de los mayores reclamos turísticos de Mississippi, se encuentra en Clarksdale en la intersección entre la Autopista 61 y la Autopista 49. Allí, se dice, vendió Robert Johnson su alma.  Sin embargo, el pacto con el diablo no es ni mucho menos algo solo propio del sur de Estados Unidos...

Ya en el paganismo que prosiguió a la caída del Imperio Romano, en plena expansión del cristianismo, a partir del siglo IV de nuestra era, venían recogidas una serie de rituales considerados maléficos, entre los que se encontraba el pacto con el diablo. En la imaginería cristiana encontramos el mito de Teófilo, un clérigo insatisfecho y desdichado que decide vender su alma al diablo para prosperar. En la Alemania del siglo XVI aparece el mito de Fausto, personaje legenderario - inspirador de multitud de novelas, óperas y películas- que ante la insatisfacción en su vida decide tratar con el diablo. Derivado del mito de Fausto encontramos al diablo Mefistófeles, que según cuenta la leyenda popular alemana era el subordinado de Satanás que se encargaba de capturar almas. En el siglo XIX el famoso violinista italiano Niccoló Paganini pactó con el diablo para convertirse en el mejor músico de todos los tiempos.

martes, 5 de junio de 2012

El turbulento y huidizo predicador del blues


"Calificar sus interpretaciones de 'canciones' es una licencia poética. Son recitativos melismáticos, inquietantes y evocadores, impulsados por su nerviosa guitarra, que emplea sólo el material melódico y armónico más sencillo [...] Quienes quieran descubrir las raíces del blues en la épica de los griots africanos pueden defender sus tesis apoyándose en interpretaciones como éstas". 'Blues, la música del Delta de Mississippi'. Ted Gioia.

Cada cierto tiempo se hace necesario volver al blues; como se vuelve al primer amor. Para comprenderlo, para admirarlo, para respetarlo, para desenterrarlo, para descifrarlo, incluso para degustarlo, pero también para temerlo. Porque el blues no es apto para corazones limpios. La música de aquellos que vendieron su alma al diablo, de aquellos espíritus errantes que claman perdón, de aquellos bebedores impíos que buscan refugio en una guitarra, hace descender a los infiernos tan rápido como da la fama. Aunque el blues también pertenece a los que se encomiendan a Dios. No hay que olvidar la influencia de los espirituales negros. Pero no admite términos medios. O se le venera o se le odia. Y en esta ambivalencia tenemos a Son House, que podría ser la reencarnación de Jesús, si éste hubiera de venir de nuevo al mundo. O quién sabe, quizá la del diablo... Tal vez la de ambos.

Para Son House el blues era una música del diablo. De pequeño, sólo el mero hecho de coger una guitarra le parecía pecado. Nunca tuvo el más mínimo interés en dedicarse a la música. Trabajó recogiendo algodón, como operario de tractor, como chef de cocina, cargando maletas, como obrero, como ganadero... Múltiples ocupaciones en las que siempre usaba sus manos, pero nunca para acariciar un instrumento. De hecho, su técnica era bastante rudimentaria. Sus grandes palmas parecían golpear la guitarra con violencia, aporreándola en un estado de extásis, sometiéndola a su feroz voluntad mientras deslizaba con determinación el bottleneck a lo largo del mástil. Un simple acorde la bastaba para toda la canción. No necesitaba más.

Con la voz parecía estar recitando un salmo del Antiguo Testamento, un inquietante sermón que no dejaba indiferente a nadie. Escuchar la autobiográfica 'Preachin' the blues', uno de sus temas más famosos, no deja de ser una experiencia pertubadora, donde asemeja el blues con una homilía. Aquí se debate entre lo sagrado y lo profano. Él mismo solía pedir al público que eligieran entre Dios o el Demonio, porque ambos eran incompatibles para llevar una vida plena. Sin embargo a veces, su actitud contradictoria, hacía que se transfomara en un predicador que denunciaba las perversiones del blues. En otras ocasiones, sin embargo, se convertía en un bluesmen que ridiculizaba a la Iglesia.

martes, 24 de mayo de 2011

Y el sureño se cruzó con el perro



Era de madrugada. Año 1903. Estación de Tutwiler, en el estado de Mississippi. Un tren que llegaba con nueve horas de retraso obligó al compositor de marchas W.C Handy a dormir en la estación. Aparentemente no había nadie. Soledad, oscuridad y calma se antojaban como su única compañía. De repente, W.C Handy escuchó unos extraños sonidos que no había oído jamás en su vida. Se giró y pudo apreciar la figura de un hombre alto y delgado. El propio Handy lo definió como un negro cuyo rostro reflejaba una especie de tristeza antigua. Tenía la ropa hecha jirones y los dedos del pie se salían por los agujeros de los zapatos.

El enigmático hombre negro emitía una serie de sonidos que procedían de rasgar su raída guitarra con una especie de cuchillo. Deslizaba una y otra vez la hoja de la navaja a lo largo de las cuerdas del carcomido instrumento. El efecto resultaba asombroso, mágico y evocador. La canción, por su parte, era de una simpleza cautivadora. La estructura apenas variaba. Repetía tres veces la frase "Going' where the Southern cross the dog" (voy donde el sureño se cruza con el perro).

Handy, incapaz de ocultar su infinita curiosidad, interrumpió al cantante y le preguntó sobre el significado de tan 'relevante' frase. El hombre, afable y animoso, le contó la historia del ferrocarril del Delta del río Yazoo, conocido popularmente como 'Dog', cuyas iniciales Y.D inspiraron a algún coetáneo burlón a bautizarlo como Yaller Dawg (perro aullador en sureño). En aquella época era el único tren que atravesaba la región. Uno de los ramales, la North Dog (perro del norte), se dirigía hacia la localidad de Moorhead donde se cruzaban las líneas que viajaban al este con las del oeste. Y justo a ese lugar exacto iba nuestro cantante nocturno, al punto 'donde el sureño se cruza con el perro'.

Esta historia forma parte de la leyenda del blues del Delta. En su autobiografía The Father of the Blues, William Christopher Handy recoge con detalle esta experiencia iniciática que, como si se tratase de una revelación, hizo que su vida cambiara de rumbo y empezara a interesarse por 'los estilos regionales' del Delta del Mississippi. En realidad Handy se había trasladado a Clarksdale -cuna del blues- después de recibir una invitación formal para dirigir una orquesta de músicos negros, Knights of Pythias, cuyo repertorio se basaba fundamentalmente en marchas. De hecho, el mismo Handy llegó allí con la intención de convertirse en un reputado arreglista y compositor y ganarse así el título de 'Rey de las Marchas', no el de 'Padre del Blues, como finalmente ha pasado a la historia.

Handy era un tipo ambicioso y fanfarrón, que tras la revelación de la estación de Tutwiler fue incorporando progresivamente las formas de blues a sus composiciones, aunque con cierta tibieza. Tuvo que ser en Cleveland (Mississippi), sin embargo, donde le viniera la segunda y definitiva revelación. Estaba actuando con su banda y en uno de los descansos el público le reclamó algo de 'música nativa'. Handy hizo lo que pudo e interpretó una canción sureña tradicional pero de manera demasiado orquestada. El público no quedó satisfecho y le reclamó una segunda petición. Ante el estupor de Handy, de entre el auditorio aparecieron tres muchachos que portaban tres desgastados instrumentos: una guitarra, un contrabajo y una mandolina.

Los desconocidos empezaron a tocar una pieza en la línea de las formas primitivas escuchadas al músico negro de la estación. Para Handy eran de una perturbadora monotonía que no seguían ninguna de las reglas clásicas de arreglos y composición. La escuchó con desdén,  sabedor de que no gozaría del beneplácito del público. Sin embargo, su sorpresa fue enorme cuando, al acabar, el público empezó a lanzar profusamente dólares al escenario. La lluvia de billetes no cesaba y fue entonces cuando Handy empezó a valorar el blues como la nueva forma de expresión reinante.

Poco tiempo después ya había escrito varios arreglos. Más tarde, en 1912, surgieron sus creaciones más famosas: 'St Louis blues' -el primer blues de la historia convertido en canción popular- y 'Memphis Blues', canción escrita para apoyar al candidato E. H. Crump a la alcadía de Memphis. En 1914, en homenaje al citado Yaller Dawg, compuso 'The Yellow Dog Blues', que aquí presentamos en la versión grabada por el sexteto del pianista Fletcher Henderson en 1924, con la indomable Bessie Smith en la voz principal.

"El efecto fue inolvidable. Su canción me cautivó de inmediato. Se acompañaba por la guitarra con la música más rara que yo había oído jamás". W.C Handy.