"Nueva York es el sueño de una canción, la sensación de estar vivos y alerta, una ráfaga y un flujo de vitalidad que late como el gigantesco corazón de la humanidad entera"
Sentía predilección por los pasajes meditabundos. Sonoramente pausados, expresivamente ambivalentes. Era la faceta de su personalidad musical más reflexiva. Una serie de poemas orquestales que reflejaban estados de ánimo de nostalgia. "Me siento sentimental". Parece que decía con esa combinación de acordes ascendentes y cambios de ritmo. Quería que los elementos de la orquesta suspirasen como hacía su corazón. Pero no fue fácil llegar hasta allí. Encontrar ese sonido era resultado de toda una serie de experimentaciones y hallazgos, así como de una extraordinaria capacidad para saber rodearse de los mejores músicos. Conocía sus fuerzas y debilidades. Una intuición fuera de lo común y una apabullante creatividad pusieron el resto. Consiguió reunir una banda insuperable como conjunto, muy por encima de las agrupaciones de su época.
La primera incursión de Duke Ellington en Nueva York fue un desastre, como ya dijimos en la anterior entrada dedicada a él. Pero alguien de su obstinación no se iba a dar tan fácilmente por vencido. En 1923 abandonó Washington definitivamente. Durante esa inicial aventura en la Gran Manzana había conocido a algunos músicos que se estaban moviendo por teatros. Uno de ellos fue Fats Waller que actuaba en un espectáculo de variedades en el teatro Gaiety. Waller estaba cansado y decidió dejarlo. Llamó a Duke por si estaba interesado en reemplazarle.
"Es imposible llegar a Nueva York y no tener la sensación de que algo maravilloso va a suceder", Duke Ellington.
Y de repente estalló, inundándolo todo. Desde las aceras de Lennox Avenue hasta los rincones más escondidos de cualquier callejón sin salida. Nadie sabe muy bien cómo, ni cuándo, ni porqué. No hay un momento exacto o punto de inflexión. Tal vez como un proceso natural, que se escapa a cualquier análisis. Los sonidos están en el aire, pero también en el alma. Se transportan por una especie de ondas emocionales que trascienden cualquier época o circunstancia. Cuando se produjeron las grandes migraciones desde los estados agrícolas sureños hacia los estados del Norte, mucho más industrializados, dos fueron los focos que recibieron el mayor flujo de población: Chicago, sobre todo su barrio sur, y Harlem en Nueva York.
En 1658, los holandeses fundaron el asentamiento de Nieuw Haarlem, en honor a la ciudad de Haarlem, situado entre la calle 96 y la 125, con el río Hudson como frontera natural. Ya bajo dominio británico fue rebautizada como Harlem. Hasta principios del siglo XX conservaba sus raíces europeas, lleno de iglesias luteranas e inmigrantes blancos del viejo continente. Pero a partir de la Primera Guerra Mundial, el panorama cambió. A los ya mencionados movimientos migratorios, hay que unir un cambio demográfico masivo. Debido a la superpoblación de los pequeños apartamentos de Manhattan, muchos negros decidieron trasladarse a Harlem. Allí formaron una nueva sociedad, no solo como arrendatarios, sino también como propietarios. La conciencia de comunidad y el orgullo de raza empezaban a tomar forma.
El Renacimiento Negro
Algunos autores se refieren a él como 'Renacimiento negro' o 'Renacimiento negro de Manhattan', otros lo llaman directamente el 'Renacimiento de Harlem'. Durante los años 20, Harlem era una especie de tierra prometida para una raza oprimida que, recién liberada de la esclavitud, buscaba reafirmarse. La gran masa de población negra se transformó de obrera agrícola a un proletariado urbano. Se acuñó el término 'nuevo negro' y la incipiente clase media afroamericana comenzó a reclamar su lugar frente a la supremacía blanca. Esto dio como consecuencia un florecimiento de todas las artes (filosofía, poesía, teatro...) con especial atención a la literatura y la música. Harlem se convirtió en el centro de la cultura negra. Anteriormente había intelectuales afroamericanos, pero ahora estaban reunidos en una élite cultural, de intereses comunes, que reflejaba un optimismo con respecto al futuro. La 'Escuela de Harlem' recreaba una Norteamérica negra, tan real como la blanca.
Como ya hemos comentado en más de una ocasión, el blues nació en las plantaciones de algodón del sur de los Estados Unidos; en el estado de Mississippi concretamente, el más pobre y rural del país. Siempre como algo personal, íntimo, espontáneo y necesario; un canto a la desesperación y al desarraigo, a la soledad y a la tristeza. Nunca fue una experiencia colectiva, que tuviera intención de trascender más allá del propio ámbito del bluesmen que lo interpretaba. Tenía un carácter más funcional que artístico. Además, siguiendo la tradición del Delta, la música blues estaba casi exclusivamente asociada a los hombres, apenas había mujeres que lo interpretaran.
Pues bien, en una nueva paradoja histórica, todo esto cambió de la noche a la mañana como por arte de magia. El 14 de febrero de 1920 la distinguida y refinada cantante de origen ucraniano Sophie Tucker sintió una indisposición que le impidió acudir a la sesión de grabación que había reservado para ella un productor de la compañía Okeh Records en un estudio de Nueva York. El alquiler del estudio salía caro y la compañía no estaba dispuesta a desperdiciarlo por una enfermedad de la cantante. Por allí se encontraba el director de orquesta y compositor Perry Bradford, que casualmente contaba entre sus filas con una cantante afroamericana acostumbrada a interpretar vodeviles. La decisión fue rápida: se grabarían algunos temas de Bradford -'That Thing Called Love' y 'You Can't Keep A Good Man Down'- para aprovechar la sesión.
Todos quedaron tan contentos que el 10 de agosto de ese año, esa misma cantante volvió a entrar en el estudio para grabar otros dos temas. Lo que ni los protagonistas ni la propia compañía sabían es que estaban escribiendo para siempre su nombre en la historia. 'Crazy blues', composición también de Bradford, convirtió a su intérprete, la desconocida Mamie Smith, en la primera cantante negra de la historia en grabar un disco de blues. En solo un mes vendió 75.000 copias. Consiguió asimismo ser el disco más vendido del año. El éxito comercial fue tal que las compañías de discos empezaron a utilizar a cantantes afroamericanos para sus grabaciones. Según Gérard Herzhaft en su 'Gran Enciclopedia del Blues' el blues había de ser una música negra, femenina, cercana al vodevil y recreada en los cabarets de Harlem. Las discográficas se dieron cuenta de que existía un mercado virgen por explotar. Habían nacido los discos de raza.
Después de unos momentos iniciales de titubeo en los que se llamaron 'negro series', 'música de color' o incluso 'música negroide' finalmente se adopta el término de 'race record'. En 1922 el periódico afroamericano Chicago Defender publica un anuncio de un disco en el que se utiliza la denominación "race series of records". Por aquel entonces la industria discográfica se situaba en el norte, fundamentalmente Chicago y Nueva York, y los race records servían para diferenciar a la música sureña negra en contraposición a la sureña blanca o hilbilly (paleto).
Con los race records nació el negro como consumidor, toda una revolución económico-social que supuso un filón muy lucrativo para la industria discográfica. Además modificó el paisaje sociológico de los grandes centros urbanos y las nuevas ciudades negras como Harlem en Nueva York o el barrio sur de Chicago. Después de la jornada laboral, se formaban largas colas de negros frente a las tiendas de discos con la intención de adquirir las últimas novedades blues.
En el aspecto musical, los race records tuvieron una influencia decisiva en la difusión del blues. Ciertos estilos pasaron a convertirse en modelos para los jóvenes aspirantes a cantantes. Hasta entonces, la forma de cantar blues estaba determinada por las tradiciones locales, fundamentalmente la tradición rural del Delta. Pero da la casualidad de que los primeros cantantes en grabar discos de blues fueron urbanos, por razones obvias: los estudios se ubicaban allí.
Además, enseguida empezaron también a surgir las primeras estrellas, conocidas en todo el ámbito nacional. En una entrevista de la época, Mamie Smith reconocía que su público cada vez la quería ver más elegante y no podía defraudarle. Dedicó parte de sus ingresos a pagar el lujoso vestuario que llevaban en sus actuaciones y a vivir como una diva del blues. Estos símbolos de éxito y refinamiento hacen cuestionar a algunos estudiosos puristas del género sobre la autenticidad de los blues comerciales vinculados a la gran ciudad, tan distintos a la variedad rural. No en vano las canciones mostraban sobre todo la habilidad de los compositores profesionales que eran quienes escribián la mayor parte del material, sin tener en cuenta las raíces más bluseras.
Los largos pasajes improvisados del primer blues tuvieron que ceñirse a las limitaciones temporales que la propia naturaleza de la grabación exigía. Se estandarizó la estructura clásica de doce compases, se eliminaron los pulsos sueltos y las armonías difusas de los cantantes rurales sin formación y se introdujeron arreglos orquestales. Atrás quedaba la única instrumentación de una guitarra. Los intérpretes de este tipo de blues eran sobre todo vocalistas y se hacían acompañar de los mejores instrumentistas, siendo habitual que músicos de jazz colaboraran en estas grabaciones.
Pero hay un aspecto definitivo que tiene que ver más con lo psicológico que con lo musical. Como apunta Ted Gioia en Blues: la música del Delta del Mississippi, aún en los momentos más melancólicos el blues de los race records conserva un tono de confianza y descaro. Se cantaba en voz muy alta para que se escuchara bien hasta en la última fila, era una arte puramente interpretativo. En diferencia al predominio masculino del Delta, son las mujeres quienes toman las riendas en los blues de los race records. Mamie Smith inició el camino que luego continuarían excelentes voces como Ma Rainey y Bessie Smith.
Cuando los productores discográficos se dieron cuenta de que la mayoría del público comprador de discos de blues -así como los mejores músicos- se encontraban en los estados sureños empezaron las expediciones itinerantes con estudios de grabación portátiles para buscar a futuros artistas. Se les convocaba en la emisora de radio local, en las tiendas de muebles o en la propia plantación. Blind Lemon Jefferson, Robert Johnson o Charley Patton fueron descubiertos así, pero eso ya es otra historia...
Dos versiones del clásico 'Crazy Blues', la original de 1920 y una adaptación de 1935 renombrada como 'Harlem Blues' donde se ve a Mamie Smith cantar con el estilo vaudevilesco y refinado del que hemos hablado.
"Una compañía discográfica ganó más de 4 millones de dólares con el blues. Ahora todas las compañías han puesto una chica de color a grabar. El blues va a perdurar", revista Metronome tras el éxito de Crazy Blues.