"Deben ser los tres minutos de música más perfectos que he oído en mi vida"
¿Qué hace que un estilo sea ese estilo y no otro? ¿Cuáles son los elementos definitorios? ¿Cómo se forman y evolucionan? ¿Cómo distinguirlos? ¿Quién lo establece? En definitiva, ¿qué hace que el jazz sea jazz?. No es fácil la respuesta, ya que las fronteras entre estilos, a menudo, son livianas. No hay una línea divisoria -ni estilística, ni temporal- que dilucide con claridad el jazz, el ragtime, el blues o los espirituales, por ejemplo. Aunque cada uno de ellos tiene su propia personalidad, la historia pone de manifiesto que no siempre resulta tan evidente separarlos en la práctica. Y eso que la teoría -en principio- no admite dudas. Luego están las mezclas de estilos; otro cantar... De hecho, el jazz surge de esa mezcla. Pero si hay un rasgo característico, ineludible, definitivo y universal que distingue al jazz de otros estilos ese es la improvisación. Tanto en su vertiente colectiva, asociada al estilo de Nueva Orleans, como en los desarrollos solistas posteriores.
¿Quiere esto decir que hasta el jazz nadie improvisaba?. En absoluto. Si recurrimos al diccionario musical, la improvisación se define como la interpretación y composición de la música de forma simultánea. Por tanto, es de suponer que ya existía improvisación mucho tiempo antes, como por ejemplo las polifonías de los monjes medievales o cierta melodías de los cantantes barrocos que no estaban en la partirura. Hasta los grandes nombres de la música clásica como Mozart, Händel, Beethoven o Bach improvisaban. Pero no hay manera de documentar esas improvisaciones, porque no están recogidas en ninguna partitura. No ha llegado hasta nosotros. Sin embargo con el jazz es diferente. Surge en un momento histórico donde la tecnología nos permite apreciar esas improvisaciones. Quedan registradas en las grabaciones.
En un primer momento, de manera muy rudimentaria en los cilindros, luego en los discos de pizarra y más adelante en los vinilos. El jazz -al igual que ocurre con el blues- es una forma de expresión espóntanea, natural y por consiguiente improvisada. Y en el proceso de que la improvisación adquiera entidad propia hasta el punto de convertirse en enseña del lenguaje del jazz, hay una figura que destaca por el encima del resto; un músico que consigue convertir el jazz en una forma de arte no conocida hasta entonces. Ni Buddy Bolden, ni Jelly Roll Morton, ni Joe 'King' Oliver lo lograron previamente. La persona que elevó el jazz a las cotas más altas de la expresión musical fue Louis Armstrong, quien demostró por primera vez -como bien apunta el crítico Gary Giddins- que una improvisación puede ser tan "coherente, imaginativa, satisfactoria emocionalmente y durarera como una pieza de música escrita".
Sin embargo, antes de aproximarse a la figura de Louis Armstrong como icono cultural hay que resolver algunos conflitcos. Según Ted Gioia, para comprender su papel "como innovador en el jazz y no como un simple hombre-espectáculo es necesario mirar más allá de los aspectos superficiales de su fama y profundizar en su obra". Esa obra no es precisamente la que hizo bajo el protectorado de King Oliver y su Creole Jazz Band, donde era uno más de la banda, aunque ya apuntaba maneras como músico de increíbles cualidades. El camino se inició ahí tal vez, pero evolucionó en Nueva York, en la orquesta de Fletcher Henderson y culminó con las historicas grabaciones de los Hot Five y los Hot Seven, realizadas cuando regresó a Chicago en la segunda mitad de la década de los años 20. Pero vayamos por partes...
¿Quiere esto decir que hasta el jazz nadie improvisaba?. En absoluto. Si recurrimos al diccionario musical, la improvisación se define como la interpretación y composición de la música de forma simultánea. Por tanto, es de suponer que ya existía improvisación mucho tiempo antes, como por ejemplo las polifonías de los monjes medievales o cierta melodías de los cantantes barrocos que no estaban en la partirura. Hasta los grandes nombres de la música clásica como Mozart, Händel, Beethoven o Bach improvisaban. Pero no hay manera de documentar esas improvisaciones, porque no están recogidas en ninguna partitura. No ha llegado hasta nosotros. Sin embargo con el jazz es diferente. Surge en un momento histórico donde la tecnología nos permite apreciar esas improvisaciones. Quedan registradas en las grabaciones.
En un primer momento, de manera muy rudimentaria en los cilindros, luego en los discos de pizarra y más adelante en los vinilos. El jazz -al igual que ocurre con el blues- es una forma de expresión espóntanea, natural y por consiguiente improvisada. Y en el proceso de que la improvisación adquiera entidad propia hasta el punto de convertirse en enseña del lenguaje del jazz, hay una figura que destaca por el encima del resto; un músico que consigue convertir el jazz en una forma de arte no conocida hasta entonces. Ni Buddy Bolden, ni Jelly Roll Morton, ni Joe 'King' Oliver lo lograron previamente. La persona que elevó el jazz a las cotas más altas de la expresión musical fue Louis Armstrong, quien demostró por primera vez -como bien apunta el crítico Gary Giddins- que una improvisación puede ser tan "coherente, imaginativa, satisfactoria emocionalmente y durarera como una pieza de música escrita".
Sin embargo, antes de aproximarse a la figura de Louis Armstrong como icono cultural hay que resolver algunos conflitcos. Según Ted Gioia, para comprender su papel "como innovador en el jazz y no como un simple hombre-espectáculo es necesario mirar más allá de los aspectos superficiales de su fama y profundizar en su obra". Esa obra no es precisamente la que hizo bajo el protectorado de King Oliver y su Creole Jazz Band, donde era uno más de la banda, aunque ya apuntaba maneras como músico de increíbles cualidades. El camino se inició ahí tal vez, pero evolucionó en Nueva York, en la orquesta de Fletcher Henderson y culminó con las historicas grabaciones de los Hot Five y los Hot Seven, realizadas cuando regresó a Chicago en la segunda mitad de la década de los años 20. Pero vayamos por partes...