Burdeles, sexo, alcohol, chulos, peleas, buscavidas, reputados padres de familia o infames bebedores, charlatanes, fanfarrones, libertinos. Hasta ahora, todos los protagonistas que han ido pasando por LA MÚSICA ES MI AMANTE han sido hombres. Como la propia historia del jazz y del blues. Tan solo en el nacimiento de los 'race records' citamos a Mamie Smith y su 'Crazy blues', como la primera persona en grabar un disco de blues. Pero en el blues era habitual que las cantantes solistas fueran mujeres (Bessie Smith, Ida Cox, Ethel Waters), sin embargo los músicos pioneros (Charley Patton, Son House, Blind Lemon Jefferson...) seguían siendo en su mayoría hombres.
En el jazz esta circunstancia se aprecia aún más. Buddy Bolden, Jelly Roll Morton, King Oliver, Louis Armstrong... todos los grandes nombres del jazz de Nueva Orleans fueron masculinos. Hasta el título del que es considerado como primer libro de jazz de la historia, publicado en 1939, resulta igual de revelador: Jazzmen, es decir la historia de los hombres del jazz. No hay lugar para las mujeres. Pero, ¿por qué este olvido?, ¿jugaron un papel secundario?, ¿no hubo mujeres entre aquellos pioneros del jazz?
Como apunta Frank Tirro en su 'Historia del jazz clásico' el estereotipo popular suele restringir la contribución femenina a la música vocal: cantantes de blues clásico como ya hemos citado, las grandes divas del jazz (Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan) y alguna instrumentista ocasional. Además, aparte del machismo reinante en la época, existe otro factor social importante. Tradicionalmente los instrumentos de viento se reservaban para los hombres y los de cuerda (sobre todo el violín) quedaban relegados a las señoritas. Se daba, a su vez, una situación de monopolio por lo que muchos hombres sentían miedo a que las mujeres pudieran acceder a un empleo destinado solo a ellos.
Era de madrugada. Año 1903. Estación de Tutwiler, en el estado de Mississippi. Un tren que llegaba con nueve horas de retraso obligó al compositor de marchas W.C Handy a dormir en la estación. Aparentemente no había nadie. Soledad, oscuridad y calma se antojaban como su única compañía. De repente, W.C Handy escuchó unos extraños sonidos que no había oído jamás en su vida. Se giró y pudo apreciar la figura de un hombre alto y delgado. El propio Handy lo definió como un negro cuyo rostro reflejaba una especie de tristeza antigua. Tenía la ropa hecha jirones y los dedos del pie se salían por los agujeros de los zapatos.
El enigmático hombre negro emitía una serie de sonidos que procedían de rasgar su raída guitarra con una especie de cuchillo. Deslizaba una y otra vez la hoja de la navaja a lo largo de las cuerdas del carcomido instrumento. El efecto resultaba asombroso, mágico y evocador. La canción, por su parte, era de una simpleza cautivadora. La estructura apenas variaba. Repetía tres veces la frase "Going' where the Southern cross the dog" (voy donde el sureño se cruza con el perro).
Handy, incapaz de ocultar su infinita curiosidad, interrumpió al cantante y le preguntó sobre el significado de tan 'relevante' frase. El hombre, afable y animoso, le contó la historia del ferrocarril del Delta del río Yazoo, conocido popularmente como 'Dog', cuyas iniciales Y.D inspiraron a algún coetáneo burlón a bautizarlo como Yaller Dawg (perro aullador en sureño). En aquella época era el único tren que atravesaba la región. Uno de los ramales, la North Dog (perro del norte), se dirigía hacia la localidad de Moorhead donde se cruzaban las líneas que viajaban al este con las del oeste. Y justo a ese lugar exacto iba nuestro cantante nocturno, al punto 'donde el sureño se cruza con el perro'.
Esta historia forma parte de la leyenda del blues del Delta. En su autobiografía The Father of the Blues, William Christopher Handy recoge con detalle esta experiencia iniciática que, como si se tratase de una revelación, hizo que su vida cambiara de rumbo y empezara a interesarse por 'los estilos regionales' del Delta del Mississippi. En realidad Handy se había trasladado a Clarksdale -cuna del blues- después de recibir una invitación formal para dirigir una orquesta de músicos negros, Knights of Pythias, cuyo repertorio se basaba fundamentalmente en marchas. De hecho, el mismo Handy llegó allí con la intención de convertirse en un reputado arreglista y compositor y ganarse así el título de 'Rey de las Marchas', no el de 'Padre del Blues, como finalmente ha pasado a la historia.
Handy era un tipo ambicioso y fanfarrón, que tras la revelación de la estación de Tutwiler fue incorporando progresivamente las formas de blues a sus composiciones, aunque con cierta tibieza. Tuvo que ser en Cleveland (Mississippi), sin embargo, donde le viniera la segunda y definitiva revelación. Estaba actuando con su banda y en uno de los descansos el público le reclamó algo de 'música nativa'. Handy hizo lo que pudo e interpretó una canción sureña tradicional pero de manera demasiado orquestada. El público no quedó satisfecho y le reclamó una segunda petición. Ante el estupor de Handy, de entre el auditorio aparecieron tres muchachos que portaban tres desgastados instrumentos: una guitarra, un contrabajo y una mandolina.
Los desconocidos empezaron a tocar una pieza en la línea de las formas primitivas escuchadas al músico negro de la estación. Para Handy eran de una perturbadora monotonía que no seguían ninguna de las reglas clásicas de arreglos y composición. La escuchó con desdén, sabedor de que no gozaría del beneplácito del público. Sin embargo, su sorpresa fue enorme cuando, al acabar, el público empezó a lanzar profusamente dólares al escenario. La lluvia de billetes no cesaba y fue entonces cuando Handy empezó a valorar el blues como la nueva forma de expresión reinante.
Poco tiempo después ya había escrito varios arreglos. Más tarde, en 1912, surgieron sus creaciones más famosas: 'St Louis blues' -el primer blues de la historia convertido en canción popular- y 'Memphis Blues', canción escrita para apoyar al candidato E. H. Crump a la alcadía de Memphis. En 1914, en homenaje al citado Yaller Dawg, compuso 'The Yellow Dog Blues', que aquí presentamos en la versión grabada por el sexteto del pianista Fletcher Henderson en 1924, con la indomable Bessie Smith en la voz principal.
"El efecto fue inolvidable. Su canción me cautivó de inmediato. Se acompañaba por la guitarra con la música más rara que yo había oído jamás". W.C Handy.